sábado, 20 de enero de 2018

Lo que nos cuenta El Mahabharata


Es imposible hacer una sinopsis de El Mahabharata a la manera de los resúmenes usados en las reseñas de los libros. Lo más cercano son las 770 páginas mencionadas en el post anterior, sobre la versión en español de Emilio Faro

Pero voy a intentar describir el resumen. Advierto, eso sí, que será como describir la pirámide de Keops, diciendo que “es una de las maravillas del mundo, mole de piedras gigantes ensambladas entre sí, con una altura de 146 metros...”

Para empezar, diré que El Mahabharata tiene muchísimas historias que, como ramas, se desprenden de la historia principal. Por ejemplo, dentro del argumento fundamental se narra el destierro que sufren los protagonistas (los Pandavas) durante 12 años, tiempo en el que van de un lugar a otro del país por zonas boscosas. Pero en la narración de esos doce años suceden muchos episodios, que no tienen relación directa con la historia principal y, no obstante, son narraciones maravillosas. Para dar solo un ejemplo, mencionaré la conmovedora historia de amor titulada ‘Historia de Nala’, relato contenido en 26 capítulos, que por sí solo es del tamaño de una novela, por demás excelsa, en la que se narra la historia de un amor casi imposible. 

Y así, sucesivamente, mientras avanza el argumento principal, se van desprendiendo historias y más historias; algunas describen cosas divinas, otras describen cosas mundanas y otras aun infernales, pero todas con un trasfondo profundo, que no siempre se capta a primera leída, pues debemos recordar que El Mahabharata es, ante todo, un libro sagrado.

Hechas las anteriores aclaraciones, trataré de ‘describir’ el argumento principal:

Hace 5000 años, en la India había una pareja real: el rey Santanú y su consorte Satyavati. El rey, antes de unirse a Satyavati, había tenido un hijo con la diosa Ganga. Dicho hijo se llamaba Bhishma. Por su parte, la reina Satyavati, antes de unirse al rey, había tenido un hijo con el sabio Parashara, vástago llamado Vyasa. Una vez unida la pareja real, tuvieron un hijo llamado Vichitravirya. En resumen, la pareja real tenía 3 hijos, hermanastros entre sí: Bhishma, Vyasa y Vichitravirya. Este último, fue nombrado por su padre como legítimo heredero al trono.

Siendo ya rey Vichitravirya, se casó con dos hermanas: Amba y Ambalika, pero murió sin dejar descendencia. En consecuencia, la línea del rey Santanú quedaría interrumpida. Para solucionarlo, el hijo mayor del rey Santanú, Bhishma, quien era el príncipe regente, acordó con su hermanastro Vyasa, que este procreara con las dos viudas. Así nacieron de estas uniones dos hijos que fueron llamados respectivamente Dhritarashtra y Pandú.

Dhritarashtra y Pandú fueron educados por su tío Bhishma, y cuando llegó el momento, se casaron, el primero con Gandhari, y el segundo con dos damas: Kunti y Madri. De Dhritarashtra y Gandhari nacieron 100 hijos, el mayor de los cuales era Duryodhana; estos eran los Kurús. De la unión de Pandú con Kunti y Madri nacieron 5 hijos: los Pandavas.

Dhritarashtra, el mayor, había nacido ciego, y la ley  brahmánica establecía que por este defecto no podía gobernar. Así que entregó la corona a su hermano, Pandú, quien a su vez señaló a su hijo mayor, Yudhishtira, como heredero al trono. Pero el rey Pandú murió muy pronto, dejando a sus cinco hijos aún muy jóvenes. De su crianza, muy esmerada, como correspondía, se encargó el abuelo Bishma. Y es importante señalar que los 5 Pandavas se criaron en palacio junto con sus 100 primos, los Kurús, y su tío Dhritarashtra.

Pero pronto se vio que los Pandavas eran más nobles, más inteligentes, más sabios, más conocedores y practicantes de la ley sagrada y, en fin, mejores príncipes que los Kurús, sus primos. Por esta razón, el mayor de los Kurús, Duryodhana, comenzó a tomarles ojeriza. Y pronto la ojeriza se convirtió en un odio a muerte. Sin embargo, los Pandavas lograron salir indemnes de las trampas mortales que les tendió Duryodhana, que entonces planeó deshacerse de ellos por otros medios.

Junto con un tío materno, que era jugador de dados, trazaron el plan de invitar a jugar al mayor de los Pandavas y heredero del trono, Yudhishtira, sabiendo que también era aficionado al juego de dados. Pero el juego se urdió como una trampa: los dados estaban cargados. Así que Yudhishtira, sin saber las verdaderas intenciones de su primo, aceptó el reto sin dudar un momento. 


Embriagado por el juego, Yudhishtira jugó y perdió, jugó y perdió, jugó y perdió... jugó de nuevo y perdió... perdió todo su reino. Finalmente, apostó a sus propios hermanos, los Pandavas, y también los perdió. Su última apuesta fue su esposa, Draupadi, a quien también perdió y quien fue tratada ignominiosamente por su nuevo dueño.

Cuando Yudhishtira despertó de la embriaguez del juego y vio la tragedia que había causado, incluso la de haber sometido a la esclavitud y al vejamen a los seres que más amaba, como sus hermanos y su esposa, no tuvo más qué hacer, que llorar.  No obstante, aquí hay que aclarar algo sobre el príncipe Yudhishtira: Lloraba como hombre, no como cobarde. Era poderoso físicamente y era el rey. Sus hermanos eran incluso más poderosos físicamente que él, y todos le instaban a revelarse contra la trampa tendida y a destruir a los Kurús ese mismo día. Además, tenían amigos poderosos, reyes que les ofrecían sus ejércitos si querían iniciar la guerra en esos momentos. 

Y si Yudhishtira era poderoso físicamente, espiritualmente era muchísimas veces más poderoso, y no había en toda la tierra quien le igualara en sabiduría y rectitud. Podría decirse que Yudhishtira era un semidiós. Así que les contestó a sus hermanos y a los demás que querían la guerra, que él había perdido todo a los dados y que aceptaba, sin ningún reclamo, tanto el despojo de todo su reino, como la condena a 12 años de destierro que su primo, Duryodhana, les había decretado a los Pandavas, para él poder gobernar a sus anchas. 

Sus hermanos y su esposa y sus amigos no le entendían. Pero a la vez le entendían. No entendían por qué ante tanta humillación, dolor e infamia no reaccionaba. Pero sí lo entendían, porque desde siempre sabían que era el hombre más bueno (en el prístino sentido del adjetivo) del mundo.   

Los Pandavas vagaron por la tierra doce años vestidos con cortezas de árboles, durmiendo muchas veces a la intemperie, sufriendo frío y calor; ellos, que eran de raza real. Ellos, que eran la gente más noble que pisara el mundo, ahora la tierra los veía pasar peor que a mendigos.

Cumplido el destierro, los Pandavas fueron recuperándose poco a poco. Eran tan hábiles guerreros, tan sabios e inteligentes, que la riqueza volvió a manos llenas. Formaron un ejército tan poderoso como el de los Kurús y, además, sus amigos de otros reinos les ofrecieron sus ejércitos para atacar a Duryodhana y recuperar el reino original. Pero Yudhishtira no aceptaba la guerra. No quería la guerra. Detestaba la guerra. Mas no por cobardía, sino por nobleza: porque no quería regar la tierra con la sangre de nadie.

Entonces comenzó a enviar emisarios a su primo Duryodhana. Hizo todo el juego diplomático que debe hacerse para evitar una guerra. A pesar de que era el rey destronado injustamente y podía reclamar por las armas todo el reino, sin embargo pedía que Duryodhana le devolviera solo la mitad del reino, y entonces se daría por satisfecho. Pero su primo, hombre malo como ninguno, le mandó decir que no le devolvería ni aún la tierra que cupiera en la punta de un alfiler.

Así que, Yudhishtira, el hombre más bueno del mundo, habiendo cumplido con todos los castigos que le impusieron, habiendo vagado como mendigo todo el tiempo de su condena, habiendo agotado la vía diplomática, y ya sin que su consciencia pudiera objetarle la menor injusticia, no tuvo más remedio que aceptar la guerra. Y entonces, en el campo de Kurukshetra, empezó la guerra más horrorosa de todas. Solo duró 18 días, pero murieron más de 2 millones de soldados. El reino quedó devastado.  

Cada uno de estos días de guerra se narra detalladamente y los sucesos nos sumergen, junto con los protagonistas, en un mar de sangre y horror. Es un precipicio donde cada vez hay más y más muertos para que al final solo quede un puñado de hombres. No obstante, este espanto nos hace pensar en el espíritu, porque el dolor muerde la carne pero eleva el alma.

Después del 18 día de guerra, cuando la tierra era solo carne putrefacta y sangre y humo, quedan pocas páginas para que se cierre la epopeya. La guerra la ganaron los Pandavas. El rey del mundo era de nuevo Yudhishtira. El bien se había sobrepuesto, una vez más, sobre el mal, pero a qué costo...Y mientras, los lectores estamos sumidos en las reflexiones de vida más profundas, como todo libro sagrado induce.

Hasta aquí esta muy modesta descripción de El Mahabharata, no olvidando que fue un ejercicio parecido a decir que la pirámide de Keops es “es una de las maravillas del mundo, mole de piedras gigantes ensambladas entre sí, con una altura de 146 metros...”













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