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miércoles, 18 de agosto de 2021

El vaticinio de Vyasa

Los cinco príncipes Pandavas junto con su madre, escoltados por los rishis de Satasringa, llegaron a Hastinapura. La gente se sorprendía mucho al verlos. La noticia llegó a oídos de Bishma y Dhritarashtra, los cuales se acercaron a las puertas de la ciudad para recibirlos.

Hacia allí se dirigieron Dhritarashtra, Bishma, Bahlika, la hermana de Santanu, su hijo Somadatta, el sabio Vidura, Satyavati, Ambalika, Ambika, Gandhari, y otros familiares, acompañados de un enorme séquito. Y en las puertas de la ciudad se encontraron con Kunti y los cinco príncipes Pandavas acompañados por los rishis, a quienes honraron con reverencias. Los rishis contaron la historia del nacimiento de los pandavas a todo el cortejo de los kurus que había venido a recibirles. También les contaron su educación en el bosque hasta la reciente muerte de su padre Pandu junto con Madri. Después añadieron:

 -Os hemos traído a estos jóvenes que son la esperanza de la casa de los kurus y junto a ellos su madre. Depende de vosotros, Bishma y Dhritarashtra, el cuidar de estos niños que se han quedado sin padre. -Y después de decir esto los rishis se fueron.

Bishma se quedó apenado y mudo en cuanto supo que ya no podría ver de nuevo a su joven sobrino Pandu, mientras que Dhritarashtra estaba triste por la pérdida de su hermano y compañero, recordando con nostalgia aquellos días de su niñez en los que Pandu le hacía olvidar su ceguera con su cariño y amor, le brotaron lágrimas de sus ojos. Ambalika, la madre de Pandu, lloraba inconsolablemente por la pérdida de su hijo.

Luego todos regresaron al palacio. Dhritarashtra le encargó a Vidura que hiciera los preparativos para el funeral real por la muerte de Pandu. Vyasa vino a presidir la ceremonia.

Cuando hubo acabado todo, Vyasa se acercó a su madre Satyavati y le dijo:

-Madre, los días felices se han acabado. A la casa de los kurus le esperan días espantosos y terribles. Día a día se irán acumulando pecados. El mundo ya ha pasado la época de su juventud. Dentro de unos pocos años, el pecado morará en la mente de tu querido nieto Dhritarashtra y en la de sus hijos. Habrá una gran aniquilación. Madre, tú no tienes suficiente fuerza como para soportar el espectáculo de ver a tus biznietos destruirse unos a otros; ¡sí! destruyéndose en una gran guerra. ¿Por qué permanecer aquí?; retírate al bosque y abandona este mundo.

-Que así sea -dijo Satyavati. Le contó su decisión a Ambika y a Ambalika y les preguntó si querían venirse con ella. La verdad era que el destino había sido un poco duro con estas tres mujeres. Ya no tenían ningún deseo de permanecer por más tiempo en aquella horrenda ciudad que les había deparado tanto sufrimiento. Por ello le estaban muy agradecidas a Vyasa por hacerles saber la terrible profecía que pesaba sobre la dinastía de los kurus. Habían perdido ya todo interés por los acontecimientos del mundo, por lo cual las tres mujeres acordaron marcharse al bosque, en busca de una paz que pudiera hacerles olvidar las amarguras del pasado y cicatrizar las heridas de sus corazones.

Antes de partir para el bosque las tres reinas se despidieron de todos los miembros de la casa real. A Bishma no le alegró la noticia y dirigiéndose a su madrastra le preguntó porqué le abandonaba. Satyavati le respondió:

-Hijo mío, Vyasa me ha dicho que la casa de los kurus va hacia la aniquilación, y yo que me creía fuerte, ahora sé que no lo soy, por eso no quiero quedarme para contemplar la destrucción de mi familia. Me aislaré en el bosque, estoy decidida.

-¿Aniquilación? -dijo Bishma-, cuéntame más acerca de esta profecía de Vyasa.

Satyavati le contó todo.

La cara de Bishma palideció de horror y dijo:

-Yo también tengo el sentimiento de abandonarlo todo. Mi padre me otorgó un don por el cual podría morirme cuando quisiese y ya no hay nada por lo que quiera seguir viviendo. Llamaré a la muerte y me iré de vuelta a los brazos de mi madre.

-No, no lo harás -dijo Satyavati-, depende de ti que la casa de los kurus se establezca firmemente en este mundo. No debes pensar en retirarte de este mundo antes de que hayas

cumplido con esa tarea. Una vez te pedí que hicieses algo y te negaste, esta vez no puedes hacerlo. Te ordeno que cuides a estos niños.

Bishma inclinó la cabeza asintiendo en silencio.

Luego, Satyavati junto con las otras dos mujeres partió hacia el bosque dejando nuevamente sobre Bishma el peso de velar por el trono de la Casa de los Kurus.

domingo, 20 de junio de 2021

Bhishma

 


Devavrata tenía 16 años cuando conoció a su padre, el rey Santanu. Cuando nació Devavrata, su madre, la diosa Ganga, había abandonado a su esposo y había partido con el bebé a los cielos, donde lo había criado durante esos años y le había brindado la mejor educación posible. Así que cuando padre e hijo se encontraron, la escena fue emocionante. Ganga retornó a su morada celestial y el rey Santanú y su hijo Devavrata comenzaron a vivir felizmente en su reino terrenal. Al poco tiempo, el rey nombró a su hijo heredero al trono y comenzó a encargarlo de algunos asuntos de Estado.

Un día que estaba de caza, encontró el rey a orillas del río a la mujer más hermosa que él hubiera visto, y se enamoró de inmediato. Se llamaba Satyavati y era la hija de un pescador. El rey no dudó un instante en ir a buscar al pescador para pedir en matrimonio a su hija. Cuando le expresó su deseo al hombre, este le dijo que estaría complacido de entregarle a su hija siempre y cuando le prometiera solemnemente que el hijo que tuvieran sería rey.

Como Santanu ya había nombrado como heredero al trono a Devavrata, y no obstante el inmenso amor que le inspiraba la joven, se negó a prometer lo que pedía el padre de la dama. Entonces se despidió del pescador con el alma hecha pedazos.

Al volver a su palacio, los días subsiguientes el rey Santanu fue cayendo en la melancolía y de pronto ya no era el que solía ser, pues la pena de amor lo estaba consumiendo. Estos síntomas no pasaron inadvertidos para nadie y mucho menos para su hijo Devavrata, que lo amaba con devoción.

Entonces Devavrata buscó al cochero de su padre, pues sabía que era quien lo acompañaba a todas partes y que además escuchaba las cuitas que el rey le contaba en secreto. El cochero, sabiendo que el monarca se estaba muriendo de amor y no queriendo que eso sucediera, rompió el voto de secreto que guardaba para con el rey y contó a Devavrata lo sucedido con Satyavati, la hija del pescador.

Sin pérdida de tiempo, Devavrata fue a buscar al pescador y su hija. El pescador le dijo que sabía muy bien que él, Devavrata, era el heredero al trono, y que entendía muy bien que por esa razón el rey Santanu no había aceptado el trato ofrecido. Pero como Devavrata amaba de verdad a su padre y no quería verlo sufrir un día más, sin más trámite le dijo al pescador que en ese momento renunciaba al trono y que le pedía formalmente a Satyavati para llevarla a su padre.

Pero el pescador era codicioso y le respondió que no aceptaba así nomás esa promesa, ¿porque quién le garantizaba que un hijo de Devavrata, o sea un nieto del rey, no fuera el futuro rey?

Devavrata quedó un momento estupefacto contemplando el grado de vileza a que la codicia conducía a una persona. Pasados unos instantes, Devavrata volvió a hablar y le dijo: Entonces no solo prometo que no tendré hijos, sino que jamás tocaré a una mujer. A continuación hizo un juramento solemne ante su madre, la diosa Ganga, ante todos sus antepasados y ante todos los dioses, juramento en que reafirmaba su promesa de nunca tocar mujer alguna.

En esos momentos, los dioses que observaban tan terrible juramento, hicieron llover flores sobre Devavrata y además cambiaron su nombre por el de Bhishma, que significa “el del terrible voto”.

Ya sin más que pedir, el codicioso pescador se salió con la suya y de inmediato entregó a su hija Satyavati para que fuese llevada al rey Santanu. Bhishma la subió a su carruaje y emprendieron viaje al palacio.

Una vez Santanu recibió a su amada Satyavati y se enteró de los pormenores, se sintió muy feliz por él y a la vez muy triste por su hijo. Entonces gracias a los grandes méritos de una vida virtuosa pudo otorgarle un don a su vástago: Bhishma no moriría fácilmente: solo moriría cuando él mismo quisiera hacerlo y no antes.

Bhishma es uno de los personajes más importantes del Mahabharata: regente del reino, patriarca de Kauravas y Pándavas, y guerrero poderoso e invencible.

 

domingo, 28 de octubre de 2018

Satyavati y Bhishma

Libro I - Adi Parva - Capítulo 9


SATYAVATI Y BHISHMA

EL matrimonio de Vichitravirya con las dos princesas, Ambika y Ambalika, se había celebrado de acuerdo a lo decidido. Bhishma seguía cumpliendo las funciones de regente, por lo cual el príncipe pasaba todo el tiempo en compañía de sus encantadoras esposas libre de responsabilidades. Pero el destino le sorprendió de nuevo, pues el joven príncipe contrajo una enfermedad muy maligna, la cual, a pesar de los esfuerzos de los médicos consumió la vida de Vichitravirya hasta causarle la muerte.

Satyavati estaba profundamente consternada por tal calamidad. La pérdida de sus dos hijos fue muy dura para ella, pero lo que más le atormentaba era que la casa de los kurus se quedaba sin heredero al trono; esto fue lo que le rompió el corazón. Y después de pasarse horas pensando sobre la manera de reavivar la llama que se extinguía, llamó a Bhishma a su presencia y le dijo:

—Mira lo desdichada que soy, hijo mío. He perdido a mi querido señor, que ha ido a reunirse con sus antepasados. Yo podía sobrellevar esta pérdida porque él había alcanzado ya una edad avanzada y es normal que un anciano se muera. Pero luego Chitrangada murió y antes de que yo pudiera aceptar esa pérdida que casi me mata, me encuentro con la muerte de Vichitravirya. La única esperanza de la casa de los kurus ha sido destruida en la flor de la juventud. Estoy desesperada. El linaje debe ser continuado y he decidido lo que debe hacerse; sé cómo continuar la línea de los kurus. Te corresponde a ti reavivar de nuevo este linaje.

Bhishma estaba sorprendido. Le dijo:

—Madre, ¿cómo puedo yo, siendo célibe, continuar el linaje?

Satyavati le respondió:

—Mi hijo Vichitravirya murió sin dejar un hijo. Sus dos viudas, a quienes tú trajiste para él son todavía jóvenes y tienen insatisfechos los deseos de sus corazones. El único Dharma evidente para mí es éste: debes tomarlas y hacerlas madres de los futuros vástagos de la casa de los kurus. Debes hacer esto para que el linaje pueda continuar. Esta regla fue seguida por muchos de tus antepasados y es la única manera. Debes tomar las viudas de tu hermano y tus hijos serán los verdaderos descendientes de Kuru. Es tu sagrada obligación hacer esto.

Atónito por esta absurda propuesta, Bhishma le respondió pacientemente:

—Madre, estás afligida por el dolor de la pérdida repentina de tus hijos y por eso me propones tal cosa. No hay duda de que existe una regla como la que tú dices. Lo sé. Y es una regla aprobada por las costumbres, pero, madre, no me parece correcto que me pidas a mí que haga tal cosa cuando tú sabes bien que he jurado renunciar al trono y a la vida de casado. Lo hice por ti y estoy seguro de que no lo has olvidado. ¿No recuerdas el terrible juramento que hice?. Juré que en esta vida mía no habría lugar para una mujer y ahora tú me pides que tome las viudas de mi hermano. En verdad te ha afectado la muerte de tu querido Vichitravirya, de otra forma no me habrías hecho tal sugerencia. Yo estoy muy apenado por ti, pero por favor, no me pidas eso.

Satyavati dijo:

—Recuerdo bien las circunstancias en las cuales pronunciaste este voto en favor de tu padre y mío. Pero ahora las circunstancias han cambiado, pues el voto lo hiciste para que un hijo mío pudiese ser el rey. Ahora mis dos hijos han muerto, lo cual es una amenaza de extinción para nuestra raza. Es por eso que como último recurso te pido, que hagas eso. Yo soy tu madre y es tu deber complacerme, así pues debes obedecerme. Este Dharma es mucho más importante que cualquier voto que hayas hecho.

Bhishma tuvo su temperamento bajo control hasta este momento, pero no pudo contenerse más. Tal vez recordó los acontecimientos pasados como un paisaje que se refleja en una gota de rocío. Su madre Ganga; su feliz infancia con ella en los cielos, su educación, primero en ciencia política con Brihaspati y Sukra y después su aprendizaje de los Vedas y Vedangas con Vasishtha. La mente de Bhishma recorrió los días en que estuvo con su guru Bhargava aprendiendo el uso del arco. Su madre le había hecho aprender todo esto porque quería que fuese un digno hijo de la casa de los kurus y
que se convirtiese en el rey ideal. ¡Cuántas veces le había dicho eso!. Su mente voló a los días felices que pasó con su padre en perfecto compañerismo. Se habían hecho camaradas. Su padre le amaba perdidamente y él a su vez tenía devoción por Santanu. Bhishma había sido coronado como heredero al trono y entonces, como salida del aire, apareció Satyavati. Para agradar a su padre y satisfacer la avaricia del padre de ella, renunció a todo lo que era hermoso en este mundo. Fue en aquel momento cuando, aún siendo joven, envejeció de repente. Desde entonces ya nada había que pareciese merecer la pena. Conformó su vida a un esquema de blanco y negro. Después vino Amba, el hilo carmesí que entraba y salía de la trama blanca y negra que había tejido para sí y causó tantos problemas. Él no quiso tomarla porque no podía. Él rompió su corazón y arruinó su feminidad por el terrible juramento que había hecho. No había obedecido a su guru, Bhargava, cuando le pidió tomar a Amba. Y ahora, después de todo aquello, su madrastra le “ordenaba” ¡tomar las viudas de su hermano muerto!.

Toda su ira se desató y, temblándole la voz de furia, le dijo a su madre:

—Madre, tú no conoces la fuerza de mi mente ni la firmeza de mi Dharma, de hecho no me conoces en absoluto. Nada logrará que yo haga lo que me ordenas. La tierra puede perder su perfume, el agua su dulzura, el Sol puede perder su brillo y la Luna su fresca blancura; incluso el Señor Dharma puede abandonar su Dharma, pero yo jamás me apartaré del camino de la verdad. La Verdad es para mí más que todas las promesas de recompensa en el Cielo. Nada me hará cambiar: ni siquiera tú con el poder que tienes sobre mí como madre. Por favor abandona ese absurdo deseo.

sábado, 3 de marzo de 2018

LA PARADOJA DE SATYAVATI

Antes de la guerra, Zantanú era el rey de Hastinapura. Un día que estaba de caza, conoció a la dama más bella que pudiera existir y que estaba destinada a ser la mujer de su vida: La princesa Ganga. En poco tiempo el rey le propuso matrimonio y ella aceptó bajo una condición: que no cuestionara nada de lo que ella hiciera, o de lo contrario lo abandonaría. El rey Zantanú estaba tan enamorado, que no puso objeción alguna y el matrimonio se consumó. 

Al poco tiempo llegó el primogénito y en cuestión de horas, sin que el rey hubiera tenido tiempo de conocerlo, vio cómo su esposa iba hasta el río y allí ahogaba a la criatura. Entonces fue que recordó Zantanú la condición de Ganga, de no cuestionar nada de lo que ella hiciera. Al rey le dolió el alma, y apretando los dientes guardó silencio.

Así continuó la historia, pues llegaron otros bebés que corrieron la misma suerte del primero. Cuando nació el octavo y Ganga iba a ahogarlo, Zantanú ya no pudo más y se interpuso para interpelarla. Ella, cumpliendo su promesa de abandonarlo si él la cuestionaba, se marchó llevándose al niño. Zantanú pensó satisfecho que, al menos, le había salvado la vida al último de sus hijos.

El rey se dedicó a gobernar su reino con sabiduría y fueron pasando los años. Un buen día, volvió Ganga con un muchacho ya crecido. Era el hijo sobreviviente del rey Zantanú, quien exultante lo recibió con todo el amor de su corazón. Ganga retornó a su reino y dejó al rey con su vástago, Devavrata, que tenía inteligencia y destrezas asombrosas; era valiente como nadie más en la tierra, y su conocimiento de las escrituras y de todo lo divino y humano era colosal. En poco tiempo el rey lo designó como legítimo heredero al trono.

Desde que Ganga lo abandonó, el rey Zantanú había llevado una vida de celibato, completamente entregado al gobierno de su reino. Pero ya con la alegría de tener a su hijo consigo y de haberlo designado como su heredero, el rey pareció relajarse un poco, y un día que estaba de expedición por el bosque, a orillas del rio conoció a la segunda mujer de su vida: Matsyagandha. Era la más dulce y hermosa chica que había visto en su vida, y el rey no dudó un momento en pedirla en matrimonio a su padre, que era pescador.

Pero ahora, igual que le había sucedido con su primera mujer, padre e hija pusieron al rey una condición: podía casarse con Matsyagandha, siempre que los hijos del matrimonio fueran los legítimos herederos al trono. 

El rey ya había designado a su hijo Devavrata y no era hombre de ir a cambiar esa designación, así se le partiera el alma, como en efecto se le partió. Al no aceptar esa condición, el amor que sentía por Matsyagandha se le convirtió a Zantanú en un amor fatal, que comenzó a afectar toda su vida. Y esto lo notaron en el reino, sobre todo, sus más allegados, el primero de ellos, su hijo Devavrata.

Devavrata comenzó a investigar y pronto descubrió cuál era el mal que aquejaba a su padre. Entonces fue a conocer a Matsyagandha y se sorprendió al encontrar que era de edad parecida a la suya, no a la de su padre, que ya tenía sus años. Entonces le pidió a Matsyagandha hablar con su padre, el pescador, y los tres conferenciaron. Cuando Devavrata se enteró de la condición que habían puesto al rey y que este no quiso aceptar, les dijo que él tenía la solución: iba a renunciar a su designación como heredero al trono.

Pero padre e hija querían tener todo bajo control, sin que la más mínima posibilidad de perder en el juego fuera a amenazarlos. Así que el pescador preguntó a Devavrata, qué pasaría en el futuro, si alguno de sus hijos (de Devavrata) reclamara su derecho al trono, como nieto del rey Zantanú. 

Entonces Devavrata demostró no solo todo el amor que tenía para su padre, sino su calidad, su fuerza, su entereza, su visión, su sabiduría, su superioridad, su nobleza, en fin, demostró que era un hombre como muy pocos sobre la tierra: solemnemente ante padre e hija hizo el voto de castidad. No solo no se casaría, sino que no tendría relaciones sexuales para que los hijos que hubieren en el matrimonio de su padre con Matsyagandha fueran los legítimos herederos al trono de Hastinapura. Dedicaría su vida solamente al bienestar del reino. Este es uno de los personajes más gloriosos del Mahabharata. Desde ese momento cambió su nombre de Devavrata por el de Bishma. El sexto libro está dedicado a él, el Bishma Parva, dentro del cual está el divino Bhagavadgita.

Entonces Matsyagandha podía casarse con el rey Zantanú. Cuando Bishma le dio la buena noticia a su padre, este tuvo al mismo tiempo una gran alegría por la realización de su amor hacia Matsyagandha, y un gran dolor por la decisión tomada por su hijo. Sin embargo, la vida continuó, el rey se casó con la mujer de sus sueños, que ahora pasó a llamarse Satyavati. Tuvieron dos hijos, Chitrangada y Vichitravirya. Poco después el rey Zantanú, murió.

Pero la muerte siguió rondando a la familia real, pues el heredero, Chitrangada, murió muy joven sin dejar descendencia. Su hermano, Vichitravirya, era débil y enfermizo, pero no obstante, Bishma lo exaltó al trono, aunque quien gobernaba era realmente Bishma. Por su condición física, Vichitravirya resultaba poco atractivo para las princesas casaderas, razón por la cual el reino tenía problemas de continuación del linaje.  

Era costumbre en aquellos tiempos que las princesas escogieran a su esposo en un acontecimiento fastuoso llamado Swayamvara, el que era convocado por el respectivo padre, el rey, suceso al que se invitaba a todos los príncipes en edad de merecer.

Sucedió que el rey de Kasi convocó a un Swayamvara para sus tres hijas, Amba, Ambika y Ambalika, e invitó a todos los príncipes, menos a Vichitravirya, por las razones arriba mencionadas. Esto hizo enfurecer al gran Bishma, quien acudió al Swayamvara y arrollando con su poderío a todos los príncipes y guerreros que allí había, raptó a las tres princesas y las trajo para que casasen con su medio hermano paterno, Vichitravirya. Amba, se negó, y Bishma le permitió volver a casa. Quedaron Ambika y Ambalika, las cuales convivieron con el rey Vichitravirya por poco tiempo, pues este murió, y no dejó descendencia con ninguna de las dos esposas.

Estaba en juego, pues, el linaje real y, además, los planes que Satyavati y su padre habían hecho años atrás respecto a sus descendientes. La situación para la reina madre era paradójica: el heredero al trono de Zantanú, Bishma, había jurado no tener hijos para que los hijos de Satyavati pudieran subir al trono, y ahora resultaba que no había descendientes de Satyavati.

Entonces, la reina madre presa del desespero pidió a Bishma que engendrara hijos en las viudas, pues la ley lo permitía, pero Bishma le recordó su voto de castidad. A lo que Satyavati le replicó airada:
“¿Qué objeto tiene tu voto, cuando mis hijos han muerto y no hay heredero al trono de Hastinapura?”

Entonces, Bishma exclamó:

“Madre, mi voto no fue condicional. Ha sido, es, y será absoluto”.

Entonces Satyavati decidió recurrir a un hijo que había tenido con el sabio Parasara antes de casarse con el rey Zantanú, ese hijo era nadie menos que Vyasa. Le propuso que engendrara hijos en las dos viudas. Pero aquí tendríamos que dar un largo rodeo en la historia y ahora no es necesario. Bastará decir que Vyasa engendró en las viudas a nadie menos que a Dhritarashtra y a Pandú.

Pero volvamos a la situación paradójica en que estaba Satyavati: Impidió que Bishma tuviera hijos para apoderarse del linaje real, y ahora se veía en la penosa situación de que sus hijos habían muerto sin dejar descendencia y se veía obligada a pedir a  Bishma que engendrara, pero este no iba a romper su voto. Y aun los hijos que logró que Vyasa tuviera con las viudas resultaron con graves defectos: Dhritarashtra era ciego y Pandú, con frecuencia, tenía problemas de salud. ¿Al final, qué había obtenido Satyavati?

Es una gran lección. Hacemos planes a corto, mediano y largo plazo. La sociedad nos enseña que si planeamos con juicio y no dejamos nada al garete, las cosas van a salir como las planeamos. Inclusive, como hicieron Satyavati y su padre, si hay que chantajear a alguien o simplemente eliminarlo, es parte del juego. Al menos eso nos enseña, sin decirlo explícitamente, la sociedad en la que vivimos, incluyendo la de la época de Satyavati. ¿Pero, será cierto que todo nos va a salir como lo planeamos? ¿Será cierto que somos dueños plenamente de nuestras vidas y de nuestro destino? 

No se trata de que no planeemos ni calculemos. No. Se trata de que hagamos todos los planes y cálculos necesarios, pero, sobre todo, que actuemos bien, y hasta ahí llega nuestra parte. El resultado no depende de nosotros. ¿Cuál fue el resultado del actuar de Satyavati?  

Para Bishma la situación fue diferente, y debemos estar seguros que un hombre de su sabiduría, sabía que no era dueño de los resultados: Él renunció, por amor a su padre, al trono con todo y lo que implica: poder, relaciones, respeto, oro, fama, etc. Y al final, en el momento del desespero de Satyavati, todo había resultado para Bishma diferente: su pueblo y todos los reyes de la tierra sabían de su renuncia, pero esto no era óbice para que lo aceptaran como el rey sin corona, lo admiraran, lo amaran, lo respetaran, lo acataran y le rindieran todo tipo de honores y tributos. Él, cuando renunció al trono, sabía que era precisamente de todas esas cosas mundanas (pero agradables) que se iba a privar. Pero por sobre todo, sabía que actuaba bien.  

El egoísmo hizo de Satyavati una mujer desesperada y el no-egoísmo hizo de Bishma un hombre grande. Como había jurado dedicarse a proteger el reino de Hastinapura, tuvo que comandar el ejército de los Kurus contra los Pándavas, aunque era el abuelo y padre espiritual de ambas familias. En la guerra, muy a su pesar, tuvo que combatir al lado de los Kurus para proteger el reino, aunque al final no logró evitar la derrota.

Con frecuencia creemos que sabemos lo que queremos y forzamos las situaciones, como pasó a Satyavati. Si ella no hubiera presionado a Bishma y este hubiera sido el rey, quizá las cosas hubieran ido mejor para todos. O quizá no. Pero ese no es el punto. Como dice Vyasa: “El sabio no sufre por lo que sucedió ni se preocupa por lo que va a suceder. El sabio vive en el presente y aprende de los errores pasados, sean propios o ajenos, y siempre lucha por seguir el sendero de la rectitud, o sea el Dharma”. 

“El Mahabharata, en cuanto a las debilidades humanas, es mucho más que cualquier hagiografía o glorificación de simples personalidades humanas. Él nos muestra cuáles son nuestras profundas limitaciones y cómo corregirlas, si es que estamos dispuestos a hacer tan grande trabajo. Nada en la vida llega fácilmente, sin examen o sin determinación. La sabiduría y el conocimiento llegan a aquellos que incesantemente luchan por exceder sus limitaciones personales”.

(Adaptación del artículo de U. Mahesh Prabhu, publicado en el portal Vedic Management Center)

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