Antes de la guerra, Zantanú era el rey de Hastinapura. Un día que estaba de caza, conoció a la dama más bella que pudiera existir y que estaba destinada a ser la mujer de su vida: La princesa Ganga. En poco tiempo el rey le propuso matrimonio y ella aceptó bajo una condición: que no cuestionara nada de lo que ella hiciera, o de lo contrario lo abandonaría. El rey Zantanú estaba tan enamorado, que no puso objeción alguna y el matrimonio se consumó.
Al poco tiempo llegó el primogénito y en cuestión de horas, sin que el rey hubiera tenido tiempo de conocerlo, vio cómo su esposa iba hasta el río y allí ahogaba a la criatura. Entonces fue que recordó Zantanú la condición de Ganga, de no cuestionar nada de lo que ella hiciera. Al rey le dolió el alma, y apretando los dientes guardó silencio.
Así continuó la historia, pues llegaron otros bebés que corrieron la misma suerte del primero. Cuando nació el octavo y Ganga iba a ahogarlo, Zantanú ya no pudo más y se interpuso para interpelarla. Ella, cumpliendo su promesa de abandonarlo si él la cuestionaba, se marchó llevándose al niño. Zantanú pensó satisfecho que, al menos, le había salvado la vida al último de sus hijos.
El rey se dedicó a gobernar su reino con sabiduría y fueron pasando los años. Un buen día, volvió Ganga con un muchacho ya crecido. Era el hijo sobreviviente del rey Zantanú, quien exultante lo recibió con todo el amor de su corazón. Ganga retornó a su reino y dejó al rey con su vástago, Devavrata, que tenía inteligencia y destrezas asombrosas; era valiente como nadie más en la tierra, y su conocimiento de las escrituras y de todo lo divino y humano era colosal. En poco tiempo el rey lo designó como legítimo heredero al trono.
Desde que Ganga lo abandonó, el rey Zantanú había llevado una vida de celibato, completamente entregado al gobierno de su reino. Pero ya con la alegría de tener a su hijo consigo y de haberlo designado como su heredero, el rey pareció relajarse un poco, y un día que estaba de expedición por el bosque, a orillas del rio conoció a la segunda mujer de su vida: Matsyagandha. Era la más dulce y hermosa chica que había visto en su vida, y el rey no dudó un momento en pedirla en matrimonio a su padre, que era pescador.
Pero ahora, igual que le había sucedido con su primera mujer, padre e hija pusieron al rey una condición: podía casarse con Matsyagandha, siempre que los hijos del matrimonio fueran los legítimos herederos al trono.
El rey ya había designado a su hijo Devavrata y no era hombre de ir a cambiar esa designación, así se le partiera el alma, como en efecto se le partió. Al no aceptar esa condición, el amor que sentía por Matsyagandha se le convirtió a Zantanú en un amor fatal, que comenzó a afectar toda su vida. Y esto lo notaron en el reino, sobre todo, sus más allegados, el primero de ellos, su hijo Devavrata.
Devavrata comenzó a investigar y pronto descubrió cuál era el mal que aquejaba a su padre. Entonces fue a conocer a Matsyagandha y se sorprendió al encontrar que era de edad parecida a la suya, no a la de su padre, que ya tenía sus años. Entonces le pidió a Matsyagandha hablar con su padre, el pescador, y los tres conferenciaron. Cuando Devavrata se enteró de la condición que habían puesto al rey y que este no quiso aceptar, les dijo que él tenía la solución: iba a renunciar a su designación como heredero al trono.
Pero padre e hija querían tener todo bajo control, sin que la más mínima posibilidad de perder en el juego fuera a amenazarlos. Así que el pescador preguntó a Devavrata, qué pasaría en el futuro, si alguno de sus hijos (de Devavrata) reclamara su derecho al trono, como nieto del rey Zantanú.
Entonces Devavrata demostró no solo todo el amor que tenía para su padre, sino su calidad, su fuerza, su entereza, su visión, su sabiduría, su superioridad, su nobleza, en fin, demostró que era un hombre como muy pocos sobre la tierra: solemnemente ante padre e hija hizo el voto de castidad. No solo no se casaría, sino que no tendría relaciones sexuales para que los hijos que hubieren en el matrimonio de su padre con Matsyagandha fueran los legítimos herederos al trono de Hastinapura. Dedicaría su vida solamente al bienestar del reino. Este es uno de los personajes más gloriosos del Mahabharata. Desde ese momento cambió su nombre de Devavrata por el de Bishma. El sexto libro está dedicado a él, el Bishma Parva, dentro del cual está el divino Bhagavadgita.
Entonces Matsyagandha podía casarse con el rey Zantanú. Cuando Bishma le dio la buena noticia a su padre, este tuvo al mismo tiempo una gran alegría por la realización de su amor hacia Matsyagandha, y un gran dolor por la decisión tomada por su hijo. Sin embargo, la vida continuó, el rey se casó con la mujer de sus sueños, que ahora pasó a llamarse Satyavati. Tuvieron dos hijos, Chitrangada y Vichitravirya. Poco después el rey Zantanú, murió.
Pero la muerte siguió rondando a la familia real, pues el heredero, Chitrangada, murió muy joven sin dejar descendencia. Su hermano, Vichitravirya, era débil y enfermizo, pero no obstante, Bishma lo exaltó al trono, aunque quien gobernaba era realmente Bishma. Por su condición física, Vichitravirya resultaba poco atractivo para las princesas casaderas, razón por la cual el reino tenía problemas de continuación del linaje.
Era costumbre en aquellos tiempos que las princesas escogieran a su esposo en un acontecimiento fastuoso llamado Swayamvara, el que era convocado por el respectivo padre, el rey, suceso al que se invitaba a todos los príncipes en edad de merecer.
Sucedió que el rey de Kasi convocó a un Swayamvara para sus tres hijas, Amba, Ambika y Ambalika, e invitó a todos los príncipes, menos a Vichitravirya, por las razones arriba mencionadas. Esto hizo enfurecer al gran Bishma, quien acudió al Swayamvara y arrollando con su poderío a todos los príncipes y guerreros que allí había, raptó a las tres princesas y las trajo para que casasen con su medio hermano paterno, Vichitravirya. Amba, se negó, y Bishma le permitió volver a casa. Quedaron Ambika y Ambalika, las cuales convivieron con el rey Vichitravirya por poco tiempo, pues este murió, y no dejó descendencia con ninguna de las dos esposas.
Estaba en juego, pues, el linaje real y, además, los planes que Satyavati y su padre habían hecho años atrás respecto a sus descendientes. La situación para la reina madre era paradójica: el heredero al trono de Zantanú, Bishma, había jurado no tener hijos para que los hijos de Satyavati pudieran subir al trono, y ahora resultaba que no había descendientes de Satyavati.
Entonces, la reina madre presa del desespero pidió a Bishma que engendrara hijos en las viudas, pues la ley lo permitía, pero Bishma le recordó su voto de castidad. A lo que Satyavati le replicó airada:
“¿Qué objeto tiene tu voto, cuando mis hijos han muerto y no hay heredero al trono de Hastinapura?”
Entonces, Bishma exclamó:
“Madre, mi voto no fue condicional. Ha sido, es, y será absoluto”.
Entonces Satyavati decidió recurrir a un hijo que había tenido con el sabio Parasara antes de casarse con el rey Zantanú, ese hijo era nadie menos que Vyasa. Le propuso que engendrara hijos en las dos viudas. Pero aquí tendríamos que dar un largo rodeo en la historia y ahora no es necesario. Bastará decir que Vyasa engendró en las viudas a nadie menos que a Dhritarashtra y a Pandú.
Pero volvamos a la situación paradójica en que estaba Satyavati: Impidió que Bishma tuviera hijos para apoderarse del linaje real, y ahora se veía en la penosa situación de que sus hijos habían muerto sin dejar descendencia y se veía obligada a pedir a Bishma que engendrara, pero este no iba a romper su voto. Y aun los hijos que logró que Vyasa tuviera con las viudas resultaron con graves defectos: Dhritarashtra era ciego y Pandú, con frecuencia, tenía problemas de salud. ¿Al final, qué había obtenido Satyavati?
Es una gran lección. Hacemos planes a corto, mediano y largo plazo. La sociedad nos enseña que si planeamos con juicio y no dejamos nada al garete, las cosas van a salir como las planeamos. Inclusive, como hicieron Satyavati y su padre, si hay que chantajear a alguien o simplemente eliminarlo, es parte del juego. Al menos eso nos enseña, sin decirlo explícitamente, la sociedad en la que vivimos, incluyendo la de la época de Satyavati. ¿Pero, será cierto que todo nos va a salir como lo planeamos? ¿Será cierto que somos dueños plenamente de nuestras vidas y de nuestro destino?
No se trata de que no planeemos ni calculemos. No. Se trata de que hagamos todos los planes y cálculos necesarios, pero, sobre todo, que actuemos bien, y hasta ahí llega nuestra parte. El resultado no depende de nosotros. ¿Cuál fue el resultado del actuar de Satyavati?
Para Bishma la situación fue diferente, y debemos estar seguros que un hombre de su sabiduría, sabía que no era dueño de los resultados: Él renunció, por amor a su padre, al trono con todo y lo que implica: poder, relaciones, respeto, oro, fama, etc. Y al final, en el momento del desespero de Satyavati, todo había resultado para Bishma diferente: su pueblo y todos los reyes de la tierra sabían de su renuncia, pero esto no era óbice para que lo aceptaran como el rey sin corona, lo admiraran, lo amaran, lo respetaran, lo acataran y le rindieran todo tipo de honores y tributos. Él, cuando renunció al trono, sabía que era precisamente de todas esas cosas mundanas (pero agradables) que se iba a privar. Pero por sobre todo, sabía que actuaba bien.
El egoísmo hizo de Satyavati una mujer desesperada y el no-egoísmo hizo de Bishma un hombre grande. Como había jurado dedicarse a proteger el reino de Hastinapura, tuvo que comandar el ejército de los Kurus contra los Pándavas, aunque era el abuelo y padre espiritual de ambas familias. En la guerra, muy a su pesar, tuvo que combatir al lado de los Kurus para proteger el reino, aunque al final no logró evitar la derrota.
Con frecuencia creemos que sabemos lo que queremos y forzamos las situaciones, como pasó a Satyavati. Si ella no hubiera presionado a Bishma y este hubiera sido el rey, quizá las cosas hubieran ido mejor para todos. O quizá no. Pero ese no es el punto. Como dice Vyasa: “El sabio no sufre por lo que sucedió ni se preocupa por lo que va a suceder. El sabio vive en el presente y aprende de los errores pasados, sean propios o ajenos, y siempre lucha por seguir el sendero de la rectitud, o sea el Dharma”.
“El Mahabharata, en cuanto a las debilidades humanas, es mucho más que cualquier hagiografía o glorificación de simples personalidades humanas. Él nos muestra cuáles son nuestras profundas limitaciones y cómo corregirlas, si es que estamos dispuestos a hacer tan grande trabajo. Nada en la vida llega fácilmente, sin examen o sin determinación. La sabiduría y el conocimiento llegan a aquellos que incesantemente luchan por exceder sus limitaciones personales”.
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