lunes, 11 de octubre de 2021

Entrevista a Jean-Claude Carrière - El Mahabharata, poema del mundo

Jean-Claude Carrière (n. 1931, m. 2021) fue escritor, autor teatral y guionista francés de fama mundial, quien hizo una adaptación teatral del Mahabharata, la gran epopeya india. Aquí relata a los lectores de El Correo esta experiencia excepcional que duró más de diez años.

(Tomado de la revista “El Correo de la UNESCO", septiembre de 1989)

¿Cómo se logra que alguien que no sea indio vibre con el Mahabharata?

Desde hace dos o tres siglos los occidentales han sabido hacer vibrar a cantidades de japoneses y africanos con Mozart, Shakespeare y Picasso. No hay ninguna razón para que lo contrario no sea cierto y para que no impresionen a los occidentales los Mozart y los Picasso de las demás culturas. Ello no quiere decir que no haya entre las culturas barreras tanto más resistentes cuanto que son invisibles.

Tomemos el ejemplo de Europa. Seguimos todavía encerrados en verdaderas fortalezas culturales. Durante mucho tiempo hemos rechazado las demás culturas, manteniéndolas fuera de nuestros muros hasta que algunos artistas de vanguardia de principios del siglo XX empezaron a derribar esos muros.

Con anterioridad, a partir del siglo XVIII, habían surgido algunos pioneros aislados que se lanzaron al encuentro de otros mundos. Pero piense que el Bhagavad Gita, el texto más célebre de todo el Oriente, solo se tradujo en Inglaterra y en Francia a fines del siglo XVIII, apenas unos pocos años antes de la Revolución…

Las resistencias interiores, sobre todo religiosas, eran formidables. En el siglo XVI, cuando Fray Luis de León tradujo en España el Cantar de los Cantares, que sin embargo es un texto bíblico, fue condenado a cinco años de prisión. Hacer que penetraran en Europa textos ajenos a la cultura cristiana era un acto de heroísmo. Se necesitaban personas de una estatura excepcional.

En cuanto al Mahabharata, el texto no se conoció en Europa hasta fines del siglo XIX. Es preciso señalar que traducir el Mahabharata es una empresa muy ardua, pues por su longitud equivale a quince Biblias. El infeliz mortal que emprendió la traducción al francés dedicó a esa tarea nada menos que veinticinco años, sobre la base de suscripciones. Al principio tenía doscientos pedidos que fueron disminuyendo a medida que los interesados morían. Siguió trabajando solo y por nada. Falleció entre tanto y otra persona lo relevó, pero también murió mientras cumplía su cometido. El poema nunca se tradujo enteramente al francés. La única traducción completa (a una lengua distinta de las lenguas indias), al inglés, hecha por indios, fue concluida en 1900 aproximadamente. En los años treinta algunos norteamericanos iniciaron en Chicago una nueva traducción, pero tuvieron que interrumpirla.

Aunque parezca absurdo, hasta 1985 el gran público europeo ignoraba todavía el Mahabharata.

1985 es la fecha de la representación teatral del poema adaptado por usted y puesto en escena por Peter Brook.

Sí. La pieza, el Mahabharata, fue creada ese año en el festival de Avignon. Su representación duraba nueve horas, y podía presentarse en tres veladas consecutivas, pero también a veces durante un día entero o toda la noche. Es lo que preferían los actores que eran veinticinco en total y de dieciséis nacionalidades diferentes.

El espectáculo se presentó durante tres años, en francés y en inglés, por todas partes del mundo, y en salas repletas y muy entusiastas. Pronto nos dimos cuenta de que más allá del atractivo de la historia, de la belleza de la puesta en escena de Peter Brook y del talento de los intérpretes, había algo más profundo, en ese relato venido de tan lejos, que emocionaba de inmediato, de manera directa y duradera, a un público occidental no preparado.

¿Es acaso la impresión precisa de que una amenaza se cierne sobre el mundo? ¿Es la búsqueda obstinada del sentido genuino de la rectitud? ¿Es el juego sutil y a veces feroz que se establece con el destino? ¿Tal vez es esa visión, jocosa o patética, de personajes que olvidan su origen divino para afrontar lo que los griegos, en la misma época, llaman problemata, esos interrogantes y conflictos de todos los días que poco a poco borran el mito y hacen nacer la tragedia?

Maha, en sánscrito, significa "grande", "total". Bharata es el nombre de un sabio legendario y luego el de una familia o de un clan. El título puede entenderse como La Gran Historia de los Bharata. Pero hay que añadir que Bharata, por extensión, significa hindú y, en un sentido más general, hombre. Se trataría pues de "la Gran Historia de la Humanidad". Ni más, ni menos.

En realidad, este "gran poema del mundo" relata principalmente la larga y encarnizada querella que oponía a dos grupos de primos, los Pandava, que son cinco hermanos, y los Kaurava, que son cien. Esta disputa de familia, que estalla y se desarrolla a propósito del imperio del mundo, concluye con un inmenso combate en el que está en juego el destino de todo el universo.

¿Cómo se atrevieron a emprender una empresa semejante? ¿Leyeron antes el texto, en inglés o en sánscrito?

Hubo una combinación de azar y de voluntad. En primer lugar, el azar, el encuentro con un sanscritista, Philippe Lavastine, que tiene hoy cerca de 80 años. Una noche nos invitó a su casa, a Peter Brook y a mí, y se puso a hablarnos del Mahabharata en el tono vivaz y alegre que le es característico.

Lo que sabíamos de la obra se reducía prácticamente a nada: una lectura del Bhagavad Gita, tanto más superficial cuanto que había sido hecha al margen del conjunto del Mahabharata, al que pertenece profundamente. Cuando nos encontramos ante Lavastine, Peter Brook le preguntó:

"¿Quién es este Arjuna, que se cita en el Bhagavad Gita? ¿Por qué se derrumba antes de que Krishna le hable?" Lavastine respondió: "Tengo que hablarles de Arjuna". Y hablarnos de Arjuna es algo que duró varios meses.

Una o dos veces por semana, pasábamos en su casa una magnífica velada durante la cual nos relataba el poema. Más adelante volví solo y empecé a tomar notas. Como los aedos de la antigüedad, Lavastine tiene condiciones excepcionales de narrador. Habla, gesticula, ríe. Prácticamente se transforma en el poeta.

Al cabo de cuatro a cinco meses empecé a tener una visión de conjunto de la obra, a captar su extraordinaria complejidad, su multiplicidad de niveles, que no pueden compararse sino a la obra de Shakespeare. Va de la especulación mística más elevada a la farsa irresistible. Todos los niveles de la emoción y del pensamiento humanos están representados y se armonizan en un conjunto magnífico.

El esfuerzo necesario para penetrar en el Mahabharata está en consonancia con su complejidad. Si se inicia la lectura sin preparación, se corre el riesgo de abandonarla al cabo de veinte páginas. La suerte que tuvimos fue que no lo abordamos a través de la lectura sino que contamos con el narrador.

A continuación, hubo que poner realmente manos a la obra.

Al cabo de un año escribí una primera pieza sobre el Mahabharata, incluso antes de haber iniciado la lectura. Yo ya sabía que esta pieza no se representaría, pero me permitió, en cierto modo, almacenar la primera cosecha. Quería ver si era posible una adaptación teatral, manteniendo el principio del poema épico, el del narrador que realiza la narración. Era solamente un relato, sin carácter teatral, pero que me daba una escala temporal. Yo sabía que la representación teatral del conjunto del Mahabharata tomaría entre cinco y diez horas. Peter Brook y yo sabíamos también que queríamos "hacer" el Mahabharata. Nos comprometimos a ello.

El periodo de preparación fue de once años, de 1974 a 1985. Pese a que seguíamos trabajando en otras cosas, en el teatro y en el cine, el Mahabharata se convirtió en un compañero de ruta de ambos, estuviésemos juntos o separados.

Iniciamos "la gran lectura" en 1980. Yo disponía de una fotocopia de la traducción francesa y Peter Brook de la versión india en inglés. Y nos pusimos a leer, por separado. Cada vez que teníamos la oportunidad de vernos, intercambiábamos nuestras reflexiones y nuestras alegrías.

Se necesita un año para leer todo el Mahabharata. Como a la vez teníamos otras actividades, la lectura nos tomó más tiempo. El poema vivía en nosotros, teníamos ante nosotros esa especie de ballena blanca, ese Moby Dick, esa luz ... Y descubríamos en el camino cosas extraordinarias que incluso Lavastine no nos había dicho.

Después de lo cual, en 1982, nos dijimos: "Hagamos ahora una gran lectura conjunta". Dedicamos seis o siete meses a leer juntos todos los días, frente a frente, acompañados por nuestra colaboradora Marie-Hélène Estienne. Tras confrontar las versiones francesa e inglesa, eliminamos todos los pasajes de los que era posible prescindir (casi un tercio del texto) y releímos todo el resto comparando las traducciones. Cada vez que surgía un problema recurríamos a un sanscritista para ir directamente al texto original.

En 1982 habíamos concluido nuestra lectura común y teníamos una idea aproximada de lo que queríamos representar, no de la forma teatral pero sí del contenido general. También sabíamos, por ejemplo, que de los tres torneos del Mahabharata no conservaríamos más que uno y que buscaríamos la forma de que todo ocurriera en uno solo. Asimismo, en dos oportunidades el poema evoca un exilio en el bosque, pero sabíamos que solamente habría uno en la pieza. Es así como empezaron a aparecer los primeros elementos de la forma teatral.

Nos sentíamos ya en condiciones de ir a la India. Estábamos familiarizados con los personajes. En cuanto a conocimientos, podíamos discutir en pie de igualdad o casi con los indios. A partir de 1982 estuvimos varias veces en la India, lo que resultó apasionante, para explorar todas las formas en que se representa allí el Mahabharata –en las diversas escuelas de danza y en ciertas tribus, según las formas del Teyyam, del Khatakali, del Yakshaghana. Trabajamos con diversas compañías durante mucho tiempo. Lo que nos interesaba conocer era la presencia del poema en la India de hoy y también la justa medida de energía de cada secuencia.

¿Cómo lo lograron?

Lo que la India nos enseñó es que, ante todo, hay una vitalidad y una energía que es necesario incorporar al espectáculo. Y ello para que no sea, en ningún momento, solemne ni didáctico y para que se mantenga como una situación viva pero al mismo tiempo vivida. He ahí la gran lección de la India: una familiaridad respetuosa.

Por otra parte, quisimos integrar en nuestra visión todas las imágenes de la India, desde los palacios de los maharajás hasta las chabolas. Uno de esos viajes lo hice con Peter Brook y Chloe Obolensky con la única finalidad de ir de un mercader de telas a otro. Por extraño que pueda parecer, la trama y la materia misma de una tela pueden ayudar a lograr una escritura más apropiada y más concisa.

En el transcurso de esos viajes, ¿se limitó usted a ser un espectador, a anotar sus impresiones?

No, empecé también a escribir. Pero antes confeccioné listas de palabras que decidí no utilizar. Las palabras nunca son inocentes. Poseen un poder que les es propio y es necesario tener clara conciencia de ello cuando se adapta un texto que pertenece a otra cultura.

Hay que desconfiar de las palabras que por estar demasiado marcadas culturalmente y ser demasiado exclusivas violan y traicionan el texto, eliminando ciertas ideas e imágenes e imponiendo otras. No podía, por ejemplo, emplear palabras como "caballero", "lanza", "pecado". O, de manera más insidiosa, "siluetas", "desmontar" . . .

Tomemos el caso de la palabra inconsciente. Si la hubiera empleado, hubiera cometido una traición tal vez imperceptible, pero absoluta e irremediable. Tanto en el hinduismo como en el budismo hay una noción de inconsciente percibida y descrita de manera muy acabada, que no guarda relación alguna con la noción freudiana cargada de connotaciones sexuales que conocemos hoy en Occidente. En la India se sabe que el ser humano piensa sin saber que lo hace o que la conciencia supera, en todos los sentidos, su propio pensamiento.

Una expresión en sánscrito, que podría traducirse por "los movimientos secretos del Atman", vierte perfectamente esta idea. Es imposible evidentemente introducir una expresión semejante en un espectáculo, pero tampoco cabe traducirla por "inconsciente". Busqué mucho un equivalente apropiado. No lo descubrí solo sino que lo encontré en la obra del gran escritor africano Hampâté Bà.

Leyendo su novela L'étrange destin de Wangrin (El extraño destino de Wangrin) encontré reunidas dos palabras muy simples: "corazón profundo". Fue un hallazgo mágico. Lo incluí tres o cuatro veces en la obra. Cuando, por ejemplo, Krishna pregunta a Bhishma: "¿No sientes acaso en tu corazón profundo . . . ?", la expresión se adapta maravillosamente bien a la idea. Imagine usted cuál hubiera sido el efecto si Krishna hubiera dicho: "¿No sientes acaso en tu inconsciente. . .?".

Más tarde, leyendo La potièrejalouse (La alfarera celosa) de Lévi-Strauss, encontré la misma imagen, el "corazón profundo", en una traducción de un texto amerindio. ¿Fue un hallazgo suyo o, como yo, lo encontró en Hampâté Bâ? Este encuentro, este bello viaje lingüístico, me conmovió.

Así pues, usted eliminó de entrada ciertas palabras de su vocabulario. Pero ¿tuvo que dar prioridad a otras?

Sí, a palabras simples y accesibles, capaces de atravesar sin tropiezos diferentes culturas, a palabras radiantes, como "sangre" que designa al mismo tiempo el líquido rojo que nos compone, los lazos de parentesco, el coraje, la calidad (de un caballo se dice que es de "pura sangre"). La palabra "corazón" que significa el órgano, pero también la generosidad y a veces el pensamiento. Las palabras "vida" y "muerte". Todas esas palabras se deslizan sin agresividad ni menoscabo en un texto que pasa de una cultura a otra.

Aunque conservé los nombres originales de los personajes, decidí suprimir la mayoría de las palabras en sánscrito y buscar sus equivalentes. Pero hice algunas excepciones. Así conservé, por ejemplo, la palabra Dharma porque ocupa un lugar central en la epopeya al punto que es para "inscribir el Dharma en el corazón de los hombres" que Vyasa compuso su poema. Esta noción es una auténtica invención de la India antigua. El Dharma es la ley que rige el orden del universo, pero es también el orden secreto y personal que cada hombre lleva en sí y al que debe obedecer. El Dharma de cada individuo, si es respetado, garantiza el orden cósmico. Si el Dharma es protegido, protege, pero cuando se lo destruye, destruye.

Esta particular reciprocidad entre lo uno y lo múltiple, entre lo particular y lo general, es la médula del pensamiento indio, tal como se manifiesta en el poema. Y esta reciprocidad suscita, hoy como ayer, múltiples resonancias.

¿Al elegir esas palabras no estaba usted ya delimitando el espacio en el que la resonancia de ambas culturas pudiese ser recíproca?

Exactamente. Estaba delimitando un territorio.

¿Diría usted que sus viajes a la India le ayudaron a encontrar la verdad de la obra porque fue allí donde la obra se gestó?

Diría más bien que me ayudaron a encontrar "las" verdades de la obra, o al menos algunas de ellas. No hay "una" verdad del Mahabharata. Un santo hinduista del sur y un profesor marxista de Calcutta nos darán al respecto respuestas diferentes. Todas son interesantes. No pretendemos haber expresado "la" verdad de la obra, sino simplemente una versión entre otras, la nuestra, en Occidente, en los años ochenta.

Tampoco creo que haya que detenerse en las explicaciones de la obra por interesantes que parezcan. El propio Dumézil afirmaba que “lo esencial es que sea bello”. Para nosotros, el inmenso poema que fluye con una refinada majestuosidad como un río de inagotables riquezas escapa a todo tipo de análisis, ya sea estructural, temático, histórico o psicológico. Sin cesar se abren puertas que conducen a otras puertas. Es imposible contener el Mahabharata en la palma de la mano. Múltiples ramificaciones, a veces contradictorias en apariencia,  se suceden y se entremezclan sin que se pierda la acción principal. Una acción que es una amenaza, pues vivimos el tiempo de la destrucción. Todo lo indica con claridad. ¿Es posible evitarlo?

Desearíamos comprender en qué consistió su labor de adaptación. ¿Cuál fue, a partir de ese momento, el hilo conductor de su trabajo?

Nuestra primera preocupación fue no sacrificar ninguno de los niveles de la obra. El Mahabharata afirma que Krishna es un avatar de Vishnu. Algunos personajes lo creen y otros no. Siempre ha habido, y sigue habiendo, divergencias al respecto. Para un marxista, Krishna es un fantasma, para un ‘rishi’ es un dios. Nosotros no le damos la razón ni a uno ni a otro. No debemos eliminar nada en función de ideas preconcebidas. Hay que respetar la incertidumbre misma de la ‘obra original’. Eso es todo. Es necesario que algunos espectadores puedan reconocer en Krishna a la divinidad y que otros puedan dudar.

En el Mahabharata Krishna a menudo no sabe qué va a suceder. ¿Cómo es posible que siendo una divinidad no lo sepa todo? Hablé de esto con Shankaracharya, uno de los grandes sabios vivientes de la India del sur. Le planteé, de diferentes maneras, esa misma pregunta, que eludió siempre con una sonrisa. Le pregunté cómo era posible que durante un combate Krishna no estuviese al tanto de lo que pasaba en todo el campo de batalla y que los acontecimientos le causaran sorpresa e incluso a veces angustia. ¿Puede un dios o un hombre-dios ser víctima de flaquezas humanas? Shankaracharya me respondió sonriendo algo así como: “La flaqueza humana consiste en pensar así”.

¿Comenzó a escribir tomando el poema desde el principio?

No, empecé por hacer una suerte de patchwork, escribiendo ciertas escenas. En el Mahabharata algunas escenas son ineludibles, como por ejemplo aquella en la que Kunti confiesa a Karna que es su madre. Era evidente que tarde o temprano tenía que escribir esas escenas. En cambio hay otras que son relatos en el poema original y que había que transformar en escenas, creando situaciones dramáticas, eligiendo ciertos personajes y enfrentándolos para ver si pasaba algo. Más de una tercera parte de las escenas del espectáculo no lo son en el poema.

Comencé como un bailarín por las figuras impuestas, buscando siempre el lenguaje justo. Fue una larga tarea. Las primeras escenas las escribí ya en París, ya en la India. Apenas escritas se las leía a Peter Brook, a mis colaboradores más cercanos y a nuestros músicos cuando estaban presentes. Recuerdo haber leído escenas en los aeropuertos, entre dos aviones, o una tarde en Madrás, en un taxi donde quedé atrapado en un embotellamiento interminable. Nuestro Mahabharata nació así, poco a poco, en la mesa de cualquier café, sobre la esquina de un mantel del papel no muy limpio… Cuando leía las escenas me daba cuenta de qué era lo que se podía conservar y qué había que rehacer, en una palabra, si el texto marchaba o no.

Llegado a cierto punto de mi trabajo, contaba con un primer bosquejo de las escenas ‘impuestas’. Entonces pasé a escribir las otras, aquellas que había que imaginar, lo que presentó para mí una mayor dificultad. Peter Brook me pidió que participara en las audiciones de los actores y que interpretara una escena de tres o cuatro páginas con ellos, como si fuera un actor más. Ello le permitía a él y su asistente formarse una idea a la vez del actor y de la escena. Tuve que zambullirme de cabeza. Es en esos momentos cuando se siente mejor si el resultado obtenido es bueno o malo. Escribí ciertas escenas de un tirón, en diez minutos, sin introducir luego modificación alguna. En cambio tuve que reescribir otras escenas veinticinco veces sin encontrar nunca la solución perfecta.

Por último, atravesé un período verdaderamente angustioso. La fecha del estreno ya estaba fijada y las pruebas de los actores habían comenzado sin que yo hubiera hallado todavía la estructura general de la obra. Había, sí, una historia relatada a través de una serie de escenas, pero ¿cómo reunirlas de manera coherente? Aún no había encontrado la solución.

Faltaban apenas cuatro meses para comenzar los ensayos. Me concedí entonces un período de descanso en el sur de Francia, en la casa de campo de unos amigos. Y allí, por primera vez en mi vida, me sucedió algo indecible, una de esas cosas que se leen en los libros sin que uno las crea realmente: la inspiración.

Eran las tres de la mañana. No conseguía conciliar el sueño, pese a que generalmente duermo bien. Algo me andaba rondando. De pronto, sin que yo pueda decir cómo, ‘vi’ los primeros veinticinco minutos de la obra a partir de los cuales el resto se encadenaba perfectamente.

Se trata del diálogo entre el niño y el viejo narrador: “-¿Sabes escribir? –No, ¿por qué?...” La llegada de Ganesha, el comienzo de la historia, todo se desarrollaba ante mí como si yo fuera un simple espectador. Era algo extraordinario. Me apresuré a tomar nota de todo. Había hallado el principio escénico que descansaba sobre un triángulo –un narrador, un dios y un niño- y una incertidumbre: ¿Ganesha o Krishna, cuál de los dos había inventado al otro? El narrador y aquel a quien se cuenta la historia verían evolucionar los personajes, podrían tocarlos y hablarles. Poseía la clave, la piedra angular de mi obra. Entonces, ya sereno, me dormí. Al día siguiente llamé a Peter Brook para contarle mi experiencia. Me respondió simplemente: “No busques más. Es eso”.

¿Se trataba verdaderamente del fin?

Sí y no. La estructura de conjunto y el principio escénico estaban definidos. Pero quedaba mucho por hacer. Asistí a todos los ensayos, corrigiendo infinidad de detalles en función de los problemas que se planteaban a los actores. Después, en cada etapa, cuando comenzaron las representaciones, cuando realizamos la versión inglesa, cuando preparamos el serial para la televisión, cuando nos consagramos a la película que ahora estamos terminando, siempre hubo que revisar algo. Por ejemplo, escribiendo el guion de la película encontré la solución de un problema que no había logrado resolver en la obra de teatro. Y hoy, si tuviera que volver a hacerlo, la escribiría de otra manera.

¿Esta formidable experiencia hizo brotar en usted una idea o una impresión global acerca del Mahabharata o del género épico en general?

Dumézil pensaba que el Mahabharata era la adaptación épica de un quinto Veda que ha desaparecido. No poseo ni su autoridad ni su erudición, pero esa es también mi opinión. Leyendo el Mahabharata y los vedas capto a la vez la relación y la diferencia. No resulta fácil de analizar, pero hay que tratar de sentirlo incluso cuando no se entiende del todo.

Los Vedas carecen de autor. Son textos revelados que dicen simplemente la verdad. Todas las culturas poseen textos comparables, escritos u orales, que expresan sencillamente la verdad, que cuentan a un pueblo de dónde viene, cuál es su lugar en la tierra y cómo debe vivir para ocupar dignamente ese lugar. Cuando un autor interviene, por el hecho de inventar, de ser un creador, se aparta de la verdad, introduce una falsedad o un error, y en cierta medida se exilia de la comunidad que se reconocía en esa verdad mítica.

El poema épico se aleja con prudencia de la verdad mítica revelada e incluso de una forma legendaria de historia. Es un verdadero trabajo de autor, y de un autor que realiza una obra creadora esforzándose al mismo tiempo por permanecer en contacto con el mito. El Mahabharata es la obra de un autor. No cabe la menor duda, aunque no sepamos quién es, porque del principio al fin alguien ha llevado las riendas del relato. Al final del poema encontramos detalles, cabos reunidos desde el comienzo. Y del principio al fin es la misma escritura. Por supuesto, en esta inmensa epopeya transcrita desde el siglo IV a.C. hasta el siglo III d.C. hay innumerables correcciones y agregados. Pero en lo esencial, y ellos se percibe claramente, se trata de una sola obra de un solo autor. Dumézil también lo creía así.

Creo que esta observación es importante porque al introducir la noción de autor al tiempo que se pasa del verso a la prosa aparece la realidad humana. Es a partir de ese punto preciso cuando nos alejamos de la verdad revelada para entrar en la epopeya. De alguna manera la epopeya ayuda a las sociedades a organizarse, para bien o para mal. Constituye el gran relato común que se inspira en los dioses y se dirige a los hombres. Es una etapa sin duda indispensable, fundadora. Al comienzo todos los personajes del Mahabharata tienen un alter ego celeste. Poco a poco, olvidan que son hijos de los dioses y empiezan a afrontar problemas mezquinos y brutales, a transformarse en simples seres humanos. En cierto sentido esa es la función de la epopeya: cortar los vínculos que unían a los héroes con el mundo celeste, instalarlos en la tierra, enfrentarlos con sus problemas como individuos y, muy pronto, como ciudadanos. Es necesario instaurar la ley, e incluso las leyes, con la ayuda y el prestigio de la poesía. Hay que buscar en el caos humano un orden duradero y aparentemente justificado.

Para mí esto es evidente en el Mahabharata, como lo es en la Ilíada y en la Odisea. Y esa fue la idea directriz al escribir la obra y al realizar la puesta en escena. Al comienzo de la obra, la puesta en escena de Brook es ligera, etérea, irreal, imbuida de gracia divina. Poco a poco, descendemos para penetrar en la pesantez de la vida terrestre y terminamos hundidos en el barro. El personaje de la tierra, que tiene un papel tan importante, aparece de manera progresiva. Una sociedad se organiza y se desgarra al alejarse poco apoco de su juventud celeste.

¿Qué consecuencias ha tenido para usted esta experiencia?

En la Conférence des oiseaux (Conferencia de los pájaros) del poeta persa Fariduddin Attar, hay tres mariposas que se preguntan qué es una candela. La primera va a ver y vuelve diciendo: “Es luz”. La segunda se acerca un poco más, se quema un ala y vuelve diciendo: “Quema”. La tercera se acerca más aún, se abrasa en el fuego y no regresa. Sabe lo que quería saber, pero lo que solo ella sabe ahora ya no puede comunicarlo a los demás. Esta parábola es insuperable. Siempre hay un tercer y último círculo que atravesar pero si lo atravesamos resulta imposible luego hablar de él. Se sabe, pero no es posible comunicarlo a nadie.

¿Es el teatro solo el segundo círculo?

Hace poco leí un bellísimo poema persa que decía: “Anoche una voz me susurró al oído: una voz que de noche susurra al oído, eso no existe…”

(Tomado de la revista “El Correo de la UNESCO", septiembre de 1989)

 

 

 

 

 

miércoles, 18 de agosto de 2021

El vaticinio de Vyasa

Los cinco príncipes Pandavas junto con su madre, escoltados por los rishis de Satasringa, llegaron a Hastinapura. La gente se sorprendía mucho al verlos. La noticia llegó a oídos de Bishma y Dhritarashtra, los cuales se acercaron a las puertas de la ciudad para recibirlos.

Hacia allí se dirigieron Dhritarashtra, Bishma, Bahlika, la hermana de Santanu, su hijo Somadatta, el sabio Vidura, Satyavati, Ambalika, Ambika, Gandhari, y otros familiares, acompañados de un enorme séquito. Y en las puertas de la ciudad se encontraron con Kunti y los cinco príncipes Pandavas acompañados por los rishis, a quienes honraron con reverencias. Los rishis contaron la historia del nacimiento de los pandavas a todo el cortejo de los kurus que había venido a recibirles. También les contaron su educación en el bosque hasta la reciente muerte de su padre Pandu junto con Madri. Después añadieron:

 -Os hemos traído a estos jóvenes que son la esperanza de la casa de los kurus y junto a ellos su madre. Depende de vosotros, Bishma y Dhritarashtra, el cuidar de estos niños que se han quedado sin padre. -Y después de decir esto los rishis se fueron.

Bishma se quedó apenado y mudo en cuanto supo que ya no podría ver de nuevo a su joven sobrino Pandu, mientras que Dhritarashtra estaba triste por la pérdida de su hermano y compañero, recordando con nostalgia aquellos días de su niñez en los que Pandu le hacía olvidar su ceguera con su cariño y amor, le brotaron lágrimas de sus ojos. Ambalika, la madre de Pandu, lloraba inconsolablemente por la pérdida de su hijo.

Luego todos regresaron al palacio. Dhritarashtra le encargó a Vidura que hiciera los preparativos para el funeral real por la muerte de Pandu. Vyasa vino a presidir la ceremonia.

Cuando hubo acabado todo, Vyasa se acercó a su madre Satyavati y le dijo:

-Madre, los días felices se han acabado. A la casa de los kurus le esperan días espantosos y terribles. Día a día se irán acumulando pecados. El mundo ya ha pasado la época de su juventud. Dentro de unos pocos años, el pecado morará en la mente de tu querido nieto Dhritarashtra y en la de sus hijos. Habrá una gran aniquilación. Madre, tú no tienes suficiente fuerza como para soportar el espectáculo de ver a tus biznietos destruirse unos a otros; ¡sí! destruyéndose en una gran guerra. ¿Por qué permanecer aquí?; retírate al bosque y abandona este mundo.

-Que así sea -dijo Satyavati. Le contó su decisión a Ambika y a Ambalika y les preguntó si querían venirse con ella. La verdad era que el destino había sido un poco duro con estas tres mujeres. Ya no tenían ningún deseo de permanecer por más tiempo en aquella horrenda ciudad que les había deparado tanto sufrimiento. Por ello le estaban muy agradecidas a Vyasa por hacerles saber la terrible profecía que pesaba sobre la dinastía de los kurus. Habían perdido ya todo interés por los acontecimientos del mundo, por lo cual las tres mujeres acordaron marcharse al bosque, en busca de una paz que pudiera hacerles olvidar las amarguras del pasado y cicatrizar las heridas de sus corazones.

Antes de partir para el bosque las tres reinas se despidieron de todos los miembros de la casa real. A Bishma no le alegró la noticia y dirigiéndose a su madrastra le preguntó porqué le abandonaba. Satyavati le respondió:

-Hijo mío, Vyasa me ha dicho que la casa de los kurus va hacia la aniquilación, y yo que me creía fuerte, ahora sé que no lo soy, por eso no quiero quedarme para contemplar la destrucción de mi familia. Me aislaré en el bosque, estoy decidida.

-¿Aniquilación? -dijo Bishma-, cuéntame más acerca de esta profecía de Vyasa.

Satyavati le contó todo.

La cara de Bishma palideció de horror y dijo:

-Yo también tengo el sentimiento de abandonarlo todo. Mi padre me otorgó un don por el cual podría morirme cuando quisiese y ya no hay nada por lo que quiera seguir viviendo. Llamaré a la muerte y me iré de vuelta a los brazos de mi madre.

-No, no lo harás -dijo Satyavati-, depende de ti que la casa de los kurus se establezca firmemente en este mundo. No debes pensar en retirarte de este mundo antes de que hayas

cumplido con esa tarea. Una vez te pedí que hicieses algo y te negaste, esta vez no puedes hacerlo. Te ordeno que cuides a estos niños.

Bishma inclinó la cabeza asintiendo en silencio.

Luego, Satyavati junto con las otras dos mujeres partió hacia el bosque dejando nuevamente sobre Bishma el peso de velar por el trono de la Casa de los Kurus.

miércoles, 4 de agosto de 2021

Arjuna


Es el héroe principal del Mahabharata. Incomparable guerrero, cuida, además, del Dharma (poder, fuerza, energía, que sostienen al universo y a la sociedad en el curso correcto). Al final de la guerra termina victorioso, mientras que todos los demás grandes guerreros han ido pereciendo, muchos de ellos por su mano. Como si fuera poco, Arjuna es quien recibe las divinas instrucciones del Señor Krishna (avatar del Señor Visnú), que se conocen como el Bhagavadgita.

Arjuna es descrito como un hombre físicamente poderoso y atractivo, y aquí no hay que olvidar que es un semidiós, ya que nació de la unión entre el dios Indra y la mortal Kunti. Encarna Arjuna todos los valores de la sociedad india de ese entonces. Demuestra siempre equilibrio en su personalidad y posee una mente sana en un cuerpo sano. Alguien que nadie, que con él se relacione, puede dejar de amar, admirar y respetar.

En la cultura india de la gran épica, las personas llevaban diversos nombres, que se usaban de acuerdo al contexto en que se hallara el personaje. Por esta razón, al iniciar la lectura del Mahabharata se siente alguna confusión, pues alguien que es llamado de una manera la primera vez que se menciona, en la siguiente página es llamado de otra manera. Pero gracias al índice onomástico, poco a poco se le coge el truco y ya se avanza en la lectura sin interrupción. Esto explica por qué Arjuna es conocido, además, con otros nombres, y en algún pasaje él mismo habla de ellos, lo que a la postre arroja más luz sobre su personalidad:

Arjuna dijo:

Me llaman Dhananjaya, por haber subyugado a todos los reinos y obtenido sus tesoros.

Me llaman Vijaya, porque cuando enfrento reyes invencibles, nunca regreso sin vencerlos.

Me llaman Swetavahana, porque en batalla siempre arrastran mi carruaje los caballos blancos vestidos con armaduras doradas.

Me llaman Falguna, porque nací en el seno del Himavat en un día en que la constelación Uttara Falguna estaba en ascenso.

Me llaman Kiritin, por llevar la diadema celestial que Indra me colocó en la cabeza durante mi encuentro con los poderosos Danavas.

Soy conocido como Vibhatsu entre dioses y hombres, por nunca haber cometido una acción detestable en el campo de batalla.

Y como al usar el arco soy capaz de usar mis dos manos con igual destreza, soy conocido como Savyasachin entre dioses y hombres.

Me llaman Arjuna porque mi tez es muy rara dentro de los cuatro límites de la tierra y porque también mis actos son siempre inocentes.

Soy conocido entre los seres humanos y los celestiales con el nombre de Jishnu, porque soy siempre triunfante.

Y Krishna (igual que su primo, el Señor Krishna), por mi piel oscura de gran pureza.

Nacimiento

El rey por derecho de los Kurus era Dhritarashtra, pero al haber nacido ciego, lo que era un impedimento legal, su hermano menor, Pandú, debía ascender al trono. Así que Pandú, excelente guerrero, siendo rey salió a conquistar el mundo, y en esa dura tarea duró varios años, pero los resultados fueron estupendos, pues con sus conquistas engrandeció el reino de los Kurus.

Cuando regresó triunfante a Hastinapura, la capital del reino, dijo a su hermano ciego, Dhritarashtra, que se retiraría del fragor de la vida y se aislaría en el bosque para vivir apaciblemente con sus dos esposas, Kunti y Madri. Entonces entregó el trono a su hermano invidente, y se marchó.

Pandú, feliz y dedicado a la vida bucólica, un día vio un ciervo entre la maleza y le disparó varias flechas, hiriéndolo de muerte. El ciervo, entonces, tomó figura de hombre y se le descubrió como un rishi (sabio), que queriendo gozar del sexo sin obstáculos ni prejuicios, como los animales, había tomado junto con su pareja la forma de ciervos. Ahora ella estaba muerta y él a punto de morir. Entonces maldijo a Pandú: la próxima vez que llegara a tener sexo, moriría.

Después de este terrible incidente y como es natural, la vida de Pandú cambió. Ya no hallaba gozo en nada y además comenzó a sentir que le hacía falta tener hijos para morir tranquilo. Pero como no podía tener sexo con sus esposas, entonces recordó el don que tenía una de ellas, Kunti, y que consistía en que ella podía invocar a voluntad a un dios y pedirle que le otorgara un hijo. Entonces Kunti invocó a cinco dioses sucesivamente y procreó con 3 de ellos a 3 hijos, mientras que la otra esposa, Madri, procreó con los otros 2 dioses a 2 hijos. Estos son los cinco hijos de Pandú, o sea los Pándavas. El tercero de ellos fue Arjuna, hijo del dios Indra.

Después del nacimiento de sus hijos, Pandú algún día cayó en tentación con una de sus esposas, Madri, y a pesar de que ella se resistió con todas sus fuerzas, pues conocía la nefasta consecuencia que un acto sexual acarrearía para su esposo, sin embargo él la dominó y en el momento de consumar el acto, murió. Madri ascendió a la pira funeraria para acompañar a su esposo a la otra vida, mientras que Kunti se hizo cargo de los cinco muchachos y con ellos llegó a la capital del reino, Hastinapura, y se presentó ante el tío de los Pándavas, Dhritarashtra, el rey ciego, que por su parte, y con su esposa Gandhari, había tenido 100 hijos de un solo embrión.

Educación

Drona, un brahmín experto en artes militares avanzadas, es el maestro de Arjuna y sus hermanos (Pándavas), así como de los hijos del rey Dhritarashtra (Káuravas), dentro de los cuales destaca el mayor, Duryodhana. Además de los Pándavas y Káuravas, que eran los príncipes del reino, había otros alumnos pertenecientes a la realeza. Y dentro de todos ellos, el gran maestro que era Drona, comenzó a distinguir a Arjuna por su talento, dedicación, personalidad, etc. Con el tiempo, Drona le tomó tal cariño, que manifestó amarlo más que a su propio hijo, Aswatama, también alumno en su escuela. Este cariño por Arjuna llevó a Drona a entregarle los mantras para usar el arma más letal, el Brahmastra, que podía destruir ejércitos en un instante, pero no debía usarse contra un ser humano aislado, porque de hacerlo, su excesivo poder acabaría con la tierra. Algo así no hizo Drona con ningún otro alumno. Desde aquí, aún tan joven, Arjuna se va imponiendo sobre todos los demás como un guerrero superior.

Esta superioridad la conserva a lo largo de todo el Mahabharata, pues es triunfador en varias guerras menores, conquista muchos reinos, doblega numerosos enemigos tanto humanos como no humanos, estos últimos, como en la guerra que llevó a cabo contra los Asuras (deidades demoníacas) en Indraloka (la morada de Indra), en la que también resultó victorioso.

Y ya en la gran guerra, la de Kurukshetra, su valor y poderío lo hacen protagonista de las más grandes, sangrientas y gloriosas batallas, en las que muchas veces combatió y triunfó usando solo un brazo. Además, como era uno de los grandes jefes, tenía derecho a un cochero, quien era nada menos que el Señor Krishna en persona, lo que coadyuva a sus arrolladoras victorias, y en alguna ocasión Arjuna salvó su vida gracias a la intervención del Señor Krishna.

Dentro de los grandes jefes muertos por Arjuna en la guerra de Kurukshetra, figuran Bhishma, Bhagadatta, Jayadratha, Susharma, y su archienemigo, Karna.

En otros blogs se ha contado el nacimiento de su rivalidad con Karna, y también el Swayamvara donde conquistó la mano de Draupadi, así como el aborrecible juego de dados, donde Draupadi es vilipendiada por los Káuravas. Fue en este incidente cuando Arjuna prometió matar algún día a Karna, como en efecto lo cumplió en la gran guerra.

Arjuna, además de Draupadi, tuvo 3 esposas: Chitrangada, Ullupi y Subhadra. Con esta última procreó al más famoso de sus hijos, Abhimanyu, quien heredó todas sus cualidades y murió como un héroe en la gran guerra, con solo 16 años de edad.  Es de anotar que al morir Abhimanyu, su esposa estaba embarazada, y este hijo póstumo, Parikshit, fue el último rey de la dinastía de los Kurus.

El incendio del bosque de Khandava

El dios del fuego, Agni, necesitaba consumir ciertas hierbas que solo se hallaban en el bosque de Khandava, pero cada vez que quería hacerlo, es decir, cada vez que incendiaba el bosque, el dios Indra vertía torrenciales aguaceros para impedir la propagación del fuego. Entonces Agni buscó la ayuda de Arjuna y del Señor Krishna, quienes en una terrible batalla pudieron neutralizar las lluvias y favorecieron el incendio del bosque. Al final, Agni quiere premiar a Arjuna, y hace que el dios Varuna le entregue Gandiva, un arco celestial que tiene flechas inagotables. También le entregó Varuna los corceles blancos que eran invulnerables, no se cansaban, y no podían ser muertos con armas comunes y corrientes. Estas no son ayudas comunes, sino sobrenaturales, lo que contribuye a la grandeza e invencibilidad de Arjuna.

Otros dones otorgados por los dioses a Arjuna, le fueron entregados por los dioses Kubera, Yama y Varuna. Después, su padre, Indra, lo llevó a su morada (Indraloka) y le entregó todos sus astras (armas sobrenaturales, presididas por una deidad específica, que se invocaba por medio de un mantra). También en este viaje a los cielos, obtuvo el astra más mortífero de todos, Pasupata, de manos del mismo Señor Shiva en persona.

Vemos cómo este héroe además de ser el más grande, fuerte y noble, es ayudado con largueza por los dioses. Es el amado de los dioses. O tal vez por esto mismo es el más grande.

Preparativos para la guerra

Los príncipes Pándavas habían sido despojados de sus derechos por Duryodhana, hijo mayor del rey invidente, Dhritarashtra, y no sin la ayuda solapada de este último. Por esta razón, los Pándavas habían decidido tomar las armas para defender sus derechos y comenzaron los preparativos para la gran guerra por parte de ambos bandos: el de Arjuna y el de Duryodhana. Ambos guerreros buscaron el apoyo de los diversos reyes tributarios del gran reino de los Kurus.

En la ciudad de Dwaraka residía el Señor Krishna, quien era su príncipe y poseía enormes riquezas y un poderoso ejército. Mientras Arjuna se dirigía a su palacio en solicitud de ayuda, los espías de Duryodhana le alertaron de las intenciones del Pándava, y entonces Duryodhana, de forma precipitada, viajó a Dwaraka para llegar antes que Arjuna y obtener así la ayuda del Señor Krishna. Efectivamente, alcanzó a llegar primero que Arjuna, quien llegó un poco después, encontrándose ambos en el salón de espera.

Informados de que el Señor Krishna estaba descansando, sin embargo les permitieron entrar, en el orden de llegada, a la recámara, para esperar el despertar del Señor Krishna. Entonces Duryodhana entró el primero, y se sentó al lado de la cabecera. Después entró Arjuna, quien permaneció a los pies del Señor.

Cuando el Señor Krishna abrió los ojos, lo primero que vio fue a Arjuna, quien estaba a sus pies, y solo después se percató de que a su lado estaba también Duryodhana. El Señor Krishna los saludó a ambos con afecto y les preguntó la razón de su visita. Entonces Duryodhana, después de informarle lo que buscaba, le pidió que lo ayudara solo a él, pues según la costumbre, así debía hacerse con quien había llegado primero, como podía testificar la servidumbre, así como el hecho de estar a la cabecera de la cama.

El Señor Krishna le respondió que no tenía dudas de que él había llegado primero, pero que no obstante, cuando él había abierto los ojos, al primero que había visto era a Arjuna, así que ante el dilema, no podía hacer más que ayudarlos a ambos. Entonces les dijo: Tengo dos cosas para ofrecerles, y ustedes escogerán la que quieran: un poderoso ejército, extraordinariamente experimentado, disciplinado y  dotado con las más variadas y letales armas. Por otra parte, me tengo a mí mismo, y me ofrezco a acompañar a alguno de ustedes en la guerra, pero iré sin armas, pues no participaré en las hostilidades; solo tendrán mi compañía.

De inmediato, Arjuna tomó la mano del Señor Krishna y la besó fervorosamente. Luego le dijo que no necesitaba nada más que la presencia de Él para ganar cualquier guerra. Y le agradeció con ojos humedecidos. Duryodhana, por su parte, sin creer lo que oía de labios del ingenuo de Arjuna, saltó exultante y agradeció al Señor Krishna el poderoso ejército que le acababa de entregar. Esta es la historia de cómo el Señor Krishna llegó a ser el cochero de Arjuna durante la guerra, y del diálogo que entre ellos ocurrió momentos antes de empezar la confrontación, conocido como el Bhagavadgita.  

El Bhagavadgita

La gran epopeya del Mahabharata consta de 100 mil versos, y dentro de estos, hay solo 700 versos que se conocen como el Bhagavadgita. Estos versos ocurren a raíz de la duda que surge en Arjuna el día en que la guerra iba a comenzar. Ambos ejércitos estaban alineados uno frente a otro dispuestos a comenzar la lid. Entonces Arjuna pide a su cochero, el Señor Krishna, que conduzca el carruaje y lo coloque cerca de sus enemigos. Cuando ve entre ellos a sus mayores, a sus primos, tíos, preceptores y amigos, siente que no va a poder luchar contra ellos y matarlos. Entonces dice al Señor Krishna que no va a luchar. Aquí comienzan los famosos 700 versos. Aquí empieza el famoso diálogo, que al escenificarse en un campo de batalla, es tomado por muchos como una alegoría de la guerra que todos libramos por dentro. Nuestra lucha por deshacernos de los apegos, simbolizados por los parientes o seres queridos.

El Señor Krishna le dice a Arjuna que no debe caer en la cobardía de no luchar. Le dice que por su condición de chatria (guerrero) está obligado a luchar. Pero no es solo luchar por la victoria, sino que va mucho más allá: luchar sin apego al resultado final, es decir, mediante la acción no-egoísta. A lo largo del diálogo, se tocan temas éticos, filosóficos y espirituales. Así mismo le enseña la relación del ser humano consigo mismo, con los demás y con el universo. Todas estas ideas en determinado momento llevan al lector a reconocer los problemas fundamentales de la vida, que desbordan el contexto de la guerra que se narra, y que tocan la mente y el corazón del lector. 

El Bhagavadgita es el más conocido y famoso de los textos religiosos hindúes, cuyas enseñanzas han inspirado a millones de personas no solo en la India sino en todo el mundo.

En el Bhagavadgita podemos ver la esencia que diferencia a los textos religiosos de la India de textos exotéricos de otras religiones: no se trata solamente del correcto comportamiento, de la ley a seguir para venerar a la divinidad, sino que se trata del camino y el método (yoga) para lograr la divinidad. Tal conocimiento esotérico y arcano, difícilmente ha sido presentado de manera más clara y simple.

Muerte de Arjuna

Años después de la guerra y después de que su amado Maestro, el Señor Krishna hubo desencarnado, los Pándavas quedaron desolados. No solo habían perdido al Señor Krishna, que era la razón de sus vidas, sino que ya no deseaban el poder que ostentaban sobre toda la tierra. Así, que, su victoria, en realidad no había sido una victoria total. Terminando una de las grandes eras (yugas) de la humanidad e iniciando la actual, denominada Kali Yuga, los Pándavas entregan el trono al último de la dinastía, Parikshit, nieto de Arjuna, y deciden  ascender al cielo en cuerpo y alma. 

Para ello comienzan a subir los Himalayas. Iban los 5 hermanos y su esposa, Draupadi. En el ascenso, de pronto, cae muerta la mujer. Los esposos hacen una reflexión del por qué ella, siendo un ser humano tan rebosante de cualidades, no pudo llegar al cielo; después, continúan su ascenso. Así van cayendo uno a uno, y con cada muerte, los sobrevivientes reflexionan sobre el hecho de por qué cada persona tiene algún impedimento para el premio final. Por fin llega el turno de Arjuna, y, en la reflexión, sus hermanos sobrevivientes sacan en claro que Arjuna era arrogante con respecto a su destreza en la batalla. Finalmente, todos se encuentran, no en cuerpo y alma, sino solo en alma, en el cielo.

martes, 20 de julio de 2021

Draupadi

 


En una de las entradas anteriores (La amistad entre Drona y Draupada) se describió como Drona tomó venganza del rey Draupada, humillándolo y despojándolo de la mitad de su reino. El rey Draupada partió vapuleado hacia lo que le quedó de sus otrora grandes dominios, pero jurando en el camino que eso no se iba a quedar así.

Entonces planeó tener un hijo que naciera solo para asesinar a Drona, y para ello, realizó una ceremonia conocida como “Sacrificio del Fuego”. En determinado momento, del fuego mismo surgió un niño, que fue llamado Dhristadyumna, y del altar del sacrificio surgió una niña, Draupadi. Y en efecto, tiempo después, en la gran guerra, el hijo de Draupada, Dhristadyumna, cegó la vida del gran maestro Drona. Pero este post está dedicado a la hija, Draupadi.

Mientras la niña Draupadi crecía en el palacio de su padre, los 5 Pándavas y su madre, Kunti, estuvieron condenados a la pena de destierro por 13 años, después de los cuales podrían regresar a su país. Sin embargo, el decimotercer año lo vivieron en el poblado llamado Ekachakra, pero disfrazados de brahmines, para esconder su condición real y no ser denunciados ante Duryodhana, su primo y enemigo mortal, que de encontrarlos libres antes de completar los trece años, según la condena, los hubiera condenado a otros trece años de destierro.

En Ekachakra los Pándavas se alojaban en la casa de un piadoso brahmín y salían todos los días a pedir limosna, pues por ser de linaje real, de acuerdo con las normas de su particular cultura, les estaba vedado realizar cualquier trabajo manual. Llegaban siempre ante su madre, Kunti, con suficiente alimento con que pasar sus días en santa paz.  Y Kunti siempre les decía, incansable, que todo lo que recibieran de limosna, deberían repartirlo entre todos. Aquí, en este poblado, ocurre lo narrado en un otro post anterior (Bhima mata al Rakshasa deEkachakra).

Uno de aquellos días en Ekachakra, llegó un brahmín en su recorrido por el mundo, y en amena conversación les narra muchas maravillas y noticias de los lugares por los que ha pasado, y dentro de las noticias, les cuenta que el rey de Panchala, Draupada, estaba organizando una ceremonia de Swayamvara, que consiste en que una princesa escoge a su esposo entre todos los príncipes en edad de merecer. El rey Draupada, pues, está invitando al Swayamvara para su sinigual hija, Draupadi.

No sobra mencionar que Draupadi era un ser sumamente especial, empezando por su nacimiento, que la emparentaba con los dioses. Su inteligencia era asombrosa, su belleza no tenía igual en toda la tierra, y no hay palabras que la puedan describir, así sea someramente, no hay lugares comunes para evocarla. Entonces nos limitaremos a decir que es la principal mujer del Mahabharata, que no es decir poca cosa, pues otras mujeres como Satyavati, Kunti, Madri, y Gandhari, tienen una grandeza difícil de igualar.

Volviendo al Swayamvara, Arjuna, el tercer hijo de Kunti, decide participar en la ceremonia, y así, tal cual han vivido en Ekachakra, disfrazados de brahmines, parten los 5 príncipes Pándavas hacia el reino de Panchala. El acto más importante de la ceremonia, es el de la exhibición que hacen los príncipes de sus habilidades guerreras para impresionar a la princesa. En el Swayamvara de Draupadi, la prueba era acertar con la flecha en un blanco móvil, observándolo en el reflejo de aceite aposado en un recipiente.

Tal prueba no fue superada por ninguno de los príncipes que deseaban casarse con Draupadi. Sin embargo, en determinado momento llegó Arjuna, a quien nadie reconoció, pues veían a un humilde brahmín. Pero este joven humilde tensó la poderosa cuerda del arco, apuntó la filosa flecha y acertó en el blanco mirándolo en el reflejo del aceite.

Por tratarse de un joven humilde, los encumbrados príncipes participantes no pudieron creer lo que había sucedido y se sintieron ofendidos; trataron, entonces, de hacerle daño a Arjuna, pero este y sus hermanos, pronto los hicieron morder tierra. El rey Draupada no entendía cómo este joven brahmín había superado a príncipes que habían tenido la más excelente educación, pero sospechaba que podía tratarse de alguien muy especial. Inclusive, sospechaba que podía tratarse del mismo Arjuna. Entre tanto, la gran princesa Draupadi, feliz y sin dudar un instante, puso el collar de flores en el cuello de Arjuna, señal de que era el elegido. El rey Draupada, por su parte, bendijo esta unión.

Así, pues, los Pándavas partieron del reino de Panchala con destino a Ekachakra, llevando a la joven y feliz pareja. Cuando llegaron a donde su madre, Kunti, uno de ellos le dijo medio en broma: “Adivina qué trajimos, madre”, refiriéndose a Draupadi. Kunti, que no los veía pues estaba ocupada en alguna otra cosa, respondió que imaginaba que habían traído limosnas, y, por tanto, les ordenó que la compartieran entre ellos.

Aquí hay que mencionar que Kunti jamás había dicho una mentira, razón por la que sus palabras tenían poder. Tampoco sus palabras podían desdecirse, pues no eran palabras vanas. En general, se acepta que alguien que tenga ese nivel de grandeza espiritual, tiene lo que en el cristianismo se conoce como la “palabra viva o palabra de vida”. Así, pues, cuando Kunti, engañada por la pregunta, dice que la compartan entre ellos, no hay vuelta atrás.

Entonces Draupadi, su padre, y los Pándavas, toman consejo de Vyasa, abuelo de estos últimos y a la vez compilador del Mahabharata, quien despeja las dudas morales que puedan tener los involucrados, y es así como Draupadi se convierte en la mujer de los 5 héroes. Ella es un personaje a la altura del Mahabharata: grandiosa, asombrosa, controvertida, fuerte y dura como un diamante y suave y delicada como una flor. Draupadi nos deja sin palabras las más de las veces.

Cuando surgió del altar del sacrificio del fuego, se escuchó una voz del cielo que decía: “Esta mujer está destinada a ser la ruina de muchos reyes. Llegado el momento, esta dama de fino talle consumará la misión de los dioses. Por su causa se extenderá el temor entre los regentes de la tierra”.

Pero no debe pensarse que “la ruina de muchos reyes” se refiere a nuestros cánones occidentales de Hollywood: que todos querían poseerla, que era mujer fatal, etc. No. Estamos al menos 6 mil años antes de Cristo y Draupadi será la ruina de muchos reyes porque ella es una con los 5 Pándavas, como el puño y los 5 dedos.    

martes, 13 de julio de 2021

Karna, héroe trágico (segunda de 2 partes)

 



y Karna fue maldecido por el avatar Parashurama.

Salió del ashram completamente abatido y caminó sin rumbo por largas horas. De pronto, estaba a orillas de un río meditando sobre su difícil vida, cuando de la nada surgió algo como un animal, y el arquero consumado que era Karna por reflejo y como un rayo disparó una flecha matando aquello que había surgido, que resultó ser la vaca de un brahmín que montó en cólera y no aceptó las disculpas de Karna, ni su ofrecimiento de conseguirle muchas vacas en compensación. En cambio, el colérico brahmín maldijo a Karna condenándolo a que en el momento crucial de su vida, cuando estuviera frente a su principal enemigo, la rueda de su carro se hundiría en el fango y no podría sacarla.

Maldecido dos veces, Karna siguió consternado su camino a casa, donde descansó algunos días, pero no contó ninguna de sus penurias a su madre Radha. Después, le dijo que iría a buscar la vida a a ciudad de Hastinapura. Partió, pues, Karna hacia la capital del reino y coincidió su llegada con un gran espectáculo, al que asistían la mayor parte de los habitantes de la ciudad, que el preceptor de los Kurus, Drona, había preparado para que el pueblo conociera las habilidades desarrolladas por sus reales alumnos.  Dentro del público también estaba Kunti, quien era la madre conocida de los 5 Pándavas, y también la desconocida madre de Karna.

Llegó nuestro héroe y se dirigió directamente al sitio donde se desarrollaba el espectáculo. Ya los alumnos reales de Drona habían demostrado sus habilidades para la guerra y en esos momentos Arjuna estaba dejando con la boca abierta a todos con su capacidad superior a la de todos los demás. Sin embargo, cuando Karna entró al recinto, todo pareció iluminarse, como si el mismo astro rey hubiera llegado. Todos quedaron subyugados por su presencia y sobre todo Kunti, quien lo reconoció de inmediato por su armadura y sus aretes y cayó desmayada.

El hijo de suta, o Radheya, o Karna, pero sobre todo el hijo del sol, subió al escenario donde todos lo miraban con incredulidad. Sacó su arco y comenzó a demostrar que Arjuna no era el mejor, cuando uno de los Pándavas lo detuvo diciéndole que se identificara, pues no era solo llegar al escenario a competir. Karna contestó que tenía entendido que era un espectáculo público en el que cualquiera que tuviera las habilidades necesarias podía competir. Sin embargo, se identificó como el hijo de Atiratha, el cochero. De inmediato todos los Pándavas se burlaron: “Eres el hijo de un suta, un sutaputra, y no puedes competir con la nobleza”.

Pero Duryodhana, el mayor de los primos y enemigos de los Pándavas, saltó y se interpuso como un tigre y les dijo que solo era mirar a ese joven para saber que no era un sutaputra, sino que debía ser el hijo de un dios. Pero que si así fuera, si el joven realmente fuera un sutaputra, él, Duryodhana, en su calidad de príncipe heredero al trono, iba a coronar en ese mismo momento al recién llegado como rey de Anga, una región hasta el momento sin gobernante.

Y así lo hizo de inmediato y en presencia de todos. Luego se enfrentó a los Pándavas y les dijo: Ahora no solo es igual a ustedes, sino que es más que ustedes, pues es un rey. Así que déjenlo competir y derrotar a Arjuna. Karna no podía creer todo lo que sucedía, y por respuesta solo pronunció un juramento: amar, respetar y ser leal por siempre a Duryodhana. Entonces se estrecharon en un abrazo que selló una grandiosa amistad que llegó hasta el fin de sus vidas.

La vida de Karna, el hijo del sol, es abrumadora de conocer. Tiene cimas tan elevadas de bondad, como oscuros abismos de maldad. Tal vez por esta razón, durante todas las épocas, su vida ha despertado tantas pasiones y ha sido tan debatida. Lo que a la postre contribuye a hacer de este héroe uno de los más importantes, impresionantes y conmovedores del Mahabharata.

Era el hombre más bondadoso del mundo: Todos los días al medio día adoraba al sol. Y terminadas sus oraciones, cualquier cosa que se le pidiera, la otorgaba. De esta excelsa cualidad se valió el mismo dios Indra, padre de Arjuna, para venir un día disfrazado de anciano a pedirle su armadura y aretes, con los cuales había nacido y que le otorgaban invulnerabilidad. Karna no dudó un momento en entregárselos al anciano, que siendo en realidad el dios Indra, quería dejar en desventaja a Karna frente a su hijo Arjuna. Sin embargo, el dios reconociendo la nobleza extrema de Karna, le regaló un astra con el cual podía matar a cualquier ser humano o divino. Solo que este astra podía usarse por una sola vez.

Kunti, su madre, se le reveló en uno de esos medios días de adoración al sol. Le dijo que ella era su madre, le contó toda la historia del mantra, de la canasta en el Ganges, etc. Y por si fuera poco, le dijo que ella también era la madre de los Pándavas, y que por lo tanto, le pedía que se uniera a sus hermanos y abandonara la causa de Duryodhana. Le resaltó, que al ser el hermano mayor, sus hermanos le reconocerían y amarían, y por lo tanto le quedaba fácil ser no solo el rey de Hastinapura, sino de todo el mundo. Karna, emocionado por conocer a su madre carnal, sin embargo fue enfático decirle que no abandonaría nunca a Duryodhana ni por el reinado de toda la tierra, demostrando la gratitud y lealtad a toda prueba de su corazón. Lo único que obtuvo Kunti de Karna, fue la promesa de que de sus 5 hermanos, no mataría a 4. El otro era Arjuna.

Uno de los pasajes más perturbadores del Mahabharata fue el del juego de dados. Allí estuvo Karna. Su resumen es como sigue:

El rey de Hastinapura era Dhritarashtra, quien era ciego de nacimiento. También era padre de Duryodhana y tío de los Pándavas. El rey, entonces, queriendo más a su hijo Duryodhana que a sus sobrinos, se plegaba a la voluntad perversa de su hijo, aunque conservaba en lo profundo de su corazón cierto remordimiento por sus sobrinos.

Duryodhana había atentado varias veces contra la vida de sus primos, los Pándavas, pero estos siempre habían salido bien librados. Y en medio de tanta violencia, el rey Dhritarashtra concedió a sus sobrinos una parte del reino, que aunque era la menos apta para vivir y desarrollarse, no obstante los Pándavas la convirtieron en poco tiempo en una región rica, que competía con la que conservaba el rey.

Ya Karna y Duryodhana eran amigos entrañables, cuando este último decide un nuevo atentado contra los Pándavas: despojar de su reino a Yudhishthira, quien por ser el mayor de los 5 Pándavas, era el rey de Indraprastha, como habían llamado a su reino. La forma como lo destronaría sería usando como disculpa un juego de dados, pues sabía de la debilidad de Yudhishthira por el juego. Asesorado por su tío Sakuni, quien era jugador empedernido y tramposo, piden permiso al rey Dhritarashtra para efectuar el juego. El rey acepta.

Aquí, Karna se opone, y dice a su amigo Duryodhana que los reinos se deben ganar en la guerra, y no cobardemente en un juego amañado. Pero Duryodhana no lo escucha y sigue adelante con su plan. Aunque de mala gana, Karna acepta, pues su lealtad hacia Duryodhana es inquebrantable.

Convocan a Yudhishthira para un juego “amistoso”. Para pasar una tarde “agradable”, y el rey de Indraprastha se hace presente para el juego en la corte junto con sus 4 hermanos y Draupadi (esposa común de los 5 Pándavas). No sabe que los dados están cargados y que con ellos jugará un tramposo abominable: Sakuni.

El juego comienza y Yudhishthira, como estaba planeado, siempre pierde. Primero juegan joyas, después ganado, después palacios, tierras, etc., y poco a poco, dada su debilidad por el juego, Yudhishthira no se detiene y va perdiendo toda su riqueza. Casi al final, juega a sus hermanos uno por uno y los pierde; después se juega él mismo y se pierde, y no obstante, aún le queda algo por jugar: su esposa, Draupadi, y también la pierde.

Es así como Duryodhana acaba con los Pándavas y antes de desterrarlos del reino, los humilla con saña. Aquí, nuestro personaje, Karna, que ya se ha rendido ante el perverso accionar de su entrañable amigo, Duryodhana, participa de las humillaciones e insultos hacia los Pándavas. Incluso va más lejos: junto con otros Kauravas, pide que traigan a Draupadi, a la que trata de “perra”, y que la desnuden en presencia de todos. En efecto, la orden se cumple. Los Pándavas, que ya no son nadie, son menos que esclavos, presencian como su esposa es vilipendiada sin que puedan hacer nada más que sangrar hacia adentro al escuchar los desgarradores gritos de su mujer.

Aquí se sella la gran guerra de Kurukshetra, pues dentro de su caída, los Pándavas juran vengarse algún día. Aquí Karna muestra su lado oscuro, y sigue delineándose como un personaje supremamente complejo y a la vez fascinante. Hay muchas batallas en el Mahabharata en las cuales Karna es derrotado y otras en que demuestra su grandeza y poderío como guerrero; muchos pasajes de la épica en que demuestra “mala leche”, y otros en que demuestra su inigualable corazón y nobleza.

Pero a fin llega el momento en que se enfrentarían en singular combate Karna y Arjuna. Los dos guerreros más poderosos de cada bando. Era tal la expectativa, que los mismos dioses se asomaron a presenciar la lid. Hay que recordar aquí que sus respectivos padres eran los dioses Indra (Arjuna) y Surya (Karna)

Cuando se inició el combate, el universo se detuvo. La destreza, potencia y habilidad que desplegaban era asombrosa. Karna ya no tenía sus Kundalas y su Kavacha (aretes y armadura) que lo hacían invulnerable, y también había usado el astra que le había otorgado Indra. Además, tampoco recordaba la forma de usar los astras aprendidos con Parashurama. Así que solo dependía de su maestría en el uso de las armas corrientes. Mientras tanto, Arjuna poseía no solo sus armas corrientes, sino muchísimos astras divinos.

En determinado momento de la batalla, la rueda del carruaje de Karna se hunde en la tierra. Este pide a gritos a su contrincante que detenga el ataque mientras desatasca la rueda. Arjuna acepta detenerse unos instantes, pero su cochero, el Señor Krishna, le insta a acabar de inmediato con la vida de Karna. Karna escucha y pregunta a Krishna por qué aconseja a Arjuna que cometa la vileza de disparar a un hombre desarmado. Krishna le recuerda a Karna muchas de sus vilezas, entre ellas, el tratamiento a Draupadi, quien también estaba desarmada, sin maridos y completamente sola en el mundo. Sin esperar más, Arjuna dispara una última flecha con la que decapita al gran Karna.  

Pero no obstante, la gran guerra de Kurukshetra no termina aquí. El Mahabharata prosigue.



lunes, 5 de julio de 2021

Karna, héroe trágico (Primera de dos partes)

 


Para poner a este inmenso personaje en contexto, diremos que la guerra del Mahabharata se libró entre los Pándavas y los Káuravas, quienes eran primos entre sí. Los primeros eran seguidores estrictos del Dharma (la ley eterna), mientras que los segundos no seguían el Dharma de manera tan estricta. Ambos grupos eran de sangre real, y el principal guerrero de todos fue Arjuna, del grupo de los Pándavas, quien tenía como cochero a nadie menos que al Señor Krishna en persona (origen del Bhagavad Gita). Así, pues, Arjuna era el guerrero más poderoso, invencible y temido, que incluso con una sola mano, en ocasiones pudo destruir ejércitos completos. Este héroe era hijo del dios Indra y la humana Kunti.

Aquí llega Karna, quien desde los contrarios, fue el único guerrero que igualó al sinigual Arjuna. Karna también era conocido como el “hijo de suta” o “hijo de cochero”, para enrostrarle su origen humilde. Pero nadie sabía que no era un “hijo de suta”. Nadie sabía que era hijo del dios Sol y la humana Kunti. Es decir, era hermano de Arjuna por parte de madre. Tampoco ninguno de ellos dos, Arjuna y Karna, lo sabía.

Cuando la princesa Kunti era muy joven, su padre le pidió que atendiera al sabio Durvasa, quien sería su huésped de honor. El sabio, conocido porque nada le gustaba y molestaba por todo, fue atendido de manera tan especial por la adolescente, que cuando puso final a su visita, no tuvo más que reconocer cuánto le había agradado la forma como la chica lo había sabido atender. Entonces le dijo a Kunti que le iba a conceder un don especial, el que consistía en que ella podía invocar a cualquier dios que quisiera con un mantra que le dio a conocer.

Una vez a solas, la joven Kunti se puso a jugar con el mantra. Pero, tal vez por su juventud, no sabía que el asunto no era de juego, y de repente apareció ante ella nada menos que el dios Sol. Ella, asustada, le explicó a la deidad que solo estaba jugando y que había sido un honor conocerle en toda su belleza y esplendor. El dios, al principio quedó desconcertado, pero después, comprendiendo la ignorancia de la chica, tuvo que explicarle que si con ese mantra se invocaba un dios, ella debía procrear un hijo con la deidad que fuera. No había vuelta atrás, no había tal de despedir a la deidad.

Así nació Karna de una princesa adolescente, que mantuvo el embarazo en secreto y una vez nacida la criatura (que nació con aretes y armadura) la envolvió en una manta, la puso en una canasta embreada que puso a flotar a orillas del Ganges. De allí el bebé fue rescatado por Atiratha, un hombre cuya profesión era cochero, quien llevó al niño con su esposa, Radha, quien lo crio, razón por la que también se conoció a Karna como Radheya o hijo de Radha. En cuanto a Kunti, bastará decir por ahora, que cuando estuvo en edad de casarse, lo hizo con un príncipe, con quien tuvo 5 hijos, que son los 5 Pándavas, uno de ellos, Arjuna.

El niño creció con su familia adoptiva, principalmente al lado de su madre Radha, a quien amaba de manera exultante. Por las cualidades extraordinarias que poseía el muchacho, ella siempre sospechó que estaba emparentado con dioses. En determinado momento de su primera juventud, Karna fue a buscar al maestro Drona al palacio de los príncipes del reino (Pándavas y Káuravas) para que le enseñara el arte del tiro con arco. Pero el maestro se negó porque era un “suta”, es decir, su casta no le permitía acceder a la misma educación de los nobles.

Karna comprendió que su casta inferior, pues era hijo de un cochero, le iba a impedir lograr lo que en su interior hervía como lava de un volcán: ser un guerrero. Y era lógico, pues en verdad él era un chatria (casta guerrera) y no un suta, pero lo ignoraba. Aun así, no se descorazonó y volvió a intentarlo. Fue donde Parashurama, avatar del dios Visnú, y le pidió que le enseñara el arte de la guerra. Para esto, tuvo que mentir al avatar, diciéndole que era un brahmín, es decir, que pertenecía a la casta más elevada, la de los brahmines. Entonces el Señor Parashurama lo recibió en su ashram.

Fue un estudiante tan dedicado, que con el tiempo Parashurama dijo que Karna era igual a él en el conocimiento del arte de la guerra. Entre las muchas cosas que aprendió Karna con su maestro, están los “astras”, armas que solo pueden usarse repitiendo un mantra sagrado. Pero el destino tenía otros planes para nuestro héroe.

Un día que el Señor Parashurama estaba cansado, pidió a Karna que le trajera una manta sobre la cual poner su cabeza y dormir un poco bajo la sombra de un árbol. Karna, agradecido y lleno de amor por su maestro, no dudó en decirle que podía recostarse sobre sus muslos.  Así lo hizo el maestro mientras su discípulo, feliz, sentía que para él era el más grande honor de su vida. Pasado algún tiempo, de repente Karna sintió que un aguijón taladraba su muslo. Pero el señor Parashurama dormía plácidamente, así que Karna resistió el dolor sin moverse un milímetro para no cometer el pecado de despertar al maestro.

Pasaba el tiempo y Karna seguía resistiendo el terrible insecto que lo taladraba de dolor mientras veía la sangre manar; no obstante, continuaba en la misma posición, esperando que su maestro despertara. Pero la tibia humedad de la sangre lamió en algún momento el rostro del maestro quien de inmediato despertó. Cuando se vio untado de sangre, sorprendido preguntó a Karna qué había sucedido. Pero la explicación que dio Karna no satisfizo a Parashurama, que de inmediato le increpó: “¡Tú me has mentido, pues no eres un brahmín!” Le explicó que si él, Karna, fuera un brahmín, como había dicho, no habría resistido el dolor, pues bien sabido es que los brahmines son fácilmente derrotados por el dolor. En cambio, continuó diciéndole, los chatrias pueden resistir grandes tormentos sin doblegarse. En consecuencia, Karna debía ser un chatria y había mentido al decir que era un brahmín.

El señor Parashurama maldijo entonces a Karna por haberlo engañado, y le dijo que en el momento más difícil en que con más urgencia necesitara de un astra, olvidaría la fórmula para usarlo. No valió de nada el arrepentimiento ni los ruegos ni las promesas de Karna. El señor Parashurama fue inflexible. Sin embargo, y ablandado, pero solo un poco, le dijo al final que a pesar de todo, él, Karna, sería el guerrero más famoso del mundo. Como en efecto lo fue.

¿Cómo llegó a ser el guerrero más famoso del mundo? Lo veremos en el próximo post.



 

 

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