Libro I - Adi Parva - Capítulo XX
Un día se le acercó a Drona un muchacho de piel oscura. El maestro acharya en ese momento se encontraba solo y cuando el muchacho llegó a su lado, se le postró a los pies y le dijo:
—Mi señor, he venido para que me enseñes a usar el arco. Por favor, acéptame como tu discípulo.
A Drona le gustaron sus modales y mirándole tiernamente le dijo:
—¿Quién eres tú? El joven respondió:
—Yo soy Ekalavya, hijo de Hiranyadhanus, el rey de los Nishadas. Al oír esto Drona se dio cuenta de que no podría aceptarlo como discípulo porque no era un kshatrya y le dijo:
—Hijo mío, aunque me gustaría, no puedo aceptarte como mi discípulo, pues tengo la responsabilidad de entrenar a estos príncipes kshatryas, y tú, Ekalavya, siendo un nishada, no puedes unirte a ellos.
Decepcionado y con el corazón roto el joven nishada, se fue de vuelta al bosque del que vino. No guardaba ningún resentimiento contra Drona, pero se sentía infeliz. Una vez de vuelta en el bosque hizo con barro una figura representando a Drona, le dio forma con sus propias manos. Y a partir de entonces aquella imagen era para él su guru. Diariamente la adoraba y luego comenzaba sus prácticas con el arco. En poco tiempo se dio cuenta que estaba haciendo grandes progresos y ganando habilidad en el uso del arco. Este es el magnetismo del deseo; absorbe para sí todos los pensamientos conscientes e inconscientes de la persona, y en consecuencia, todas sus acciones no son más que los ecos de la voz de su deseo. Y esto fue lo que ocurrió con Ekalavya; su amor por el arco y su amor por su guru, le hacían pensar continuamente en aprender a usar el arco y en nada más. Quería dominar este arte y muy pronto llegó a ser un gran experto.
Una vez, los príncipes kurus y los pandavas fueron de excursión al bosque. Los pandavas se habían llevado a un perro con ellos. Este perro, vagando, se había introducido en el corazón del bosque. Y de repente vio a un hombre extraño que estaba vestido con piel de leopardo y que caminaba como un leopardo. Al verle, el perro pensó que era un animal salvaje, y comenzó a ladrar furiosamente. Este hombre, que no era otro que Ekalavya, el nishada, no pudo resistir la tentación de cerrar la boca del perro con sus flechas. El largo hocico del perro fue cubierto con flechas. Había entrelazado siete flechas como un habilidoso tejedor, de forma que el perro no podía abrir la boca. El animal huyó corriendo de aquel lugar y llegó al campamento de los pandavas. A todos les asombró la forma en que habían sellado su hocico.
Drona y sus discípulos quedaron maravillados de la habilidad de aquel arquero desconocido que había hecho una obra de arte con sus flechas. Varios de ellos fueron en busca del extraño y finalmente le encontraron. Le preguntaron quién era y él dijo:
—Soy Ekalavya, soy el hijo de Hiranyadhanus, el rey de los Nishadas. Cuando le preguntaron cómo había podido realizar tales maravillas con su arco y sus flechas, Ekalavya sonrió orgullosamente y dijo:
—Es porque soy un discípulo del gran Drona. Todos volvieron al campamento y le contaron aquello a Drona. A Arjuna, el favorito de Drona, no le gustó aquello en absoluto. Se dirigió a su acharya y le dijo:
—Me habías prometido que me harías el mejor arquero del mundo. Pero ahora parece que le has hecho la misma promesa a otro. De hecho él es ya el mejor arquero del mundo.
Drona fue junto con Arjuna a ver a Ekalavya, de quien ya no se acordaba en lo más mínimo. Allí le encontró vestido con una piel de leopardo, estaba de pie con su arco y las flechas en sus manos. Ekalavya vio a su guru y se apresuró a ir hacia él postrándose a sus pies. Sus lágrimas lavaron los pies de su amado guru. Drona estaba encantado con él y le preguntó cuándo se había convertido en su discípulo.
Ekalavya estaba muy feliz de poder contarle toda su historia. Era tan inocente y franco que Drona no pudo evitar sentir amor por él. Ekalavya ni siquiera parecía darse cuenta de que era un gran arquero. Drona reflexionó en silencio durante unos momentos y luego de muy mala gana le dijo:
—Tú proclamas ser mi discípulo, así que lo justo es que te pida una dakshina.
—¡Por supuesto! Me sentiré honrado sí me pides algo —dijo Ekalavya.
Drona vio la implacable mirada que había en el rostro de Arjuna y le dijo:
—Quiero tu pulgar; el pulgar de tu mano derecha.
Ni un suspiro salió de los labios de Ekalavya. Sonrió y dijo:
—Me siento feliz de darte este dakshina a cambio del arte que aprendí de ti, aquí está.
—Sacó de su aljaba una flecha en forma de Luna menguante y cortándose el pulgar de su mano derecha, depositó el dedo sangrante a los pies de su amado guru.
Drona lo aceptó y Arjuna se sintió feliz. No había nada más que hacer ni que decir, con eso concluía todo. Ekalavya se postró a los pies de su guru haciéndole una salutación y se despidió de él. Drona y Arjuna echaron a andar silenciosamente regresando al
campamento.
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