sábado, 3 de marzo de 2018

LA PARADOJA DE SATYAVATI

Antes de la guerra, Zantanú era el rey de Hastinapura. Un día que estaba de caza, conoció a la dama más bella que pudiera existir y que estaba destinada a ser la mujer de su vida: La princesa Ganga. En poco tiempo el rey le propuso matrimonio y ella aceptó bajo una condición: que no cuestionara nada de lo que ella hiciera, o de lo contrario lo abandonaría. El rey Zantanú estaba tan enamorado, que no puso objeción alguna y el matrimonio se consumó. 

Al poco tiempo llegó el primogénito y en cuestión de horas, sin que el rey hubiera tenido tiempo de conocerlo, vio cómo su esposa iba hasta el río y allí ahogaba a la criatura. Entonces fue que recordó Zantanú la condición de Ganga, de no cuestionar nada de lo que ella hiciera. Al rey le dolió el alma, y apretando los dientes guardó silencio.

Así continuó la historia, pues llegaron otros bebés que corrieron la misma suerte del primero. Cuando nació el octavo y Ganga iba a ahogarlo, Zantanú ya no pudo más y se interpuso para interpelarla. Ella, cumpliendo su promesa de abandonarlo si él la cuestionaba, se marchó llevándose al niño. Zantanú pensó satisfecho que, al menos, le había salvado la vida al último de sus hijos.

El rey se dedicó a gobernar su reino con sabiduría y fueron pasando los años. Un buen día, volvió Ganga con un muchacho ya crecido. Era el hijo sobreviviente del rey Zantanú, quien exultante lo recibió con todo el amor de su corazón. Ganga retornó a su reino y dejó al rey con su vástago, Devavrata, que tenía inteligencia y destrezas asombrosas; era valiente como nadie más en la tierra, y su conocimiento de las escrituras y de todo lo divino y humano era colosal. En poco tiempo el rey lo designó como legítimo heredero al trono.

Desde que Ganga lo abandonó, el rey Zantanú había llevado una vida de celibato, completamente entregado al gobierno de su reino. Pero ya con la alegría de tener a su hijo consigo y de haberlo designado como su heredero, el rey pareció relajarse un poco, y un día que estaba de expedición por el bosque, a orillas del rio conoció a la segunda mujer de su vida: Matsyagandha. Era la más dulce y hermosa chica que había visto en su vida, y el rey no dudó un momento en pedirla en matrimonio a su padre, que era pescador.

Pero ahora, igual que le había sucedido con su primera mujer, padre e hija pusieron al rey una condición: podía casarse con Matsyagandha, siempre que los hijos del matrimonio fueran los legítimos herederos al trono. 

El rey ya había designado a su hijo Devavrata y no era hombre de ir a cambiar esa designación, así se le partiera el alma, como en efecto se le partió. Al no aceptar esa condición, el amor que sentía por Matsyagandha se le convirtió a Zantanú en un amor fatal, que comenzó a afectar toda su vida. Y esto lo notaron en el reino, sobre todo, sus más allegados, el primero de ellos, su hijo Devavrata.

Devavrata comenzó a investigar y pronto descubrió cuál era el mal que aquejaba a su padre. Entonces fue a conocer a Matsyagandha y se sorprendió al encontrar que era de edad parecida a la suya, no a la de su padre, que ya tenía sus años. Entonces le pidió a Matsyagandha hablar con su padre, el pescador, y los tres conferenciaron. Cuando Devavrata se enteró de la condición que habían puesto al rey y que este no quiso aceptar, les dijo que él tenía la solución: iba a renunciar a su designación como heredero al trono.

Pero padre e hija querían tener todo bajo control, sin que la más mínima posibilidad de perder en el juego fuera a amenazarlos. Así que el pescador preguntó a Devavrata, qué pasaría en el futuro, si alguno de sus hijos (de Devavrata) reclamara su derecho al trono, como nieto del rey Zantanú. 

Entonces Devavrata demostró no solo todo el amor que tenía para su padre, sino su calidad, su fuerza, su entereza, su visión, su sabiduría, su superioridad, su nobleza, en fin, demostró que era un hombre como muy pocos sobre la tierra: solemnemente ante padre e hija hizo el voto de castidad. No solo no se casaría, sino que no tendría relaciones sexuales para que los hijos que hubieren en el matrimonio de su padre con Matsyagandha fueran los legítimos herederos al trono de Hastinapura. Dedicaría su vida solamente al bienestar del reino. Este es uno de los personajes más gloriosos del Mahabharata. Desde ese momento cambió su nombre de Devavrata por el de Bishma. El sexto libro está dedicado a él, el Bishma Parva, dentro del cual está el divino Bhagavadgita.

Entonces Matsyagandha podía casarse con el rey Zantanú. Cuando Bishma le dio la buena noticia a su padre, este tuvo al mismo tiempo una gran alegría por la realización de su amor hacia Matsyagandha, y un gran dolor por la decisión tomada por su hijo. Sin embargo, la vida continuó, el rey se casó con la mujer de sus sueños, que ahora pasó a llamarse Satyavati. Tuvieron dos hijos, Chitrangada y Vichitravirya. Poco después el rey Zantanú, murió.

Pero la muerte siguió rondando a la familia real, pues el heredero, Chitrangada, murió muy joven sin dejar descendencia. Su hermano, Vichitravirya, era débil y enfermizo, pero no obstante, Bishma lo exaltó al trono, aunque quien gobernaba era realmente Bishma. Por su condición física, Vichitravirya resultaba poco atractivo para las princesas casaderas, razón por la cual el reino tenía problemas de continuación del linaje.  

Era costumbre en aquellos tiempos que las princesas escogieran a su esposo en un acontecimiento fastuoso llamado Swayamvara, el que era convocado por el respectivo padre, el rey, suceso al que se invitaba a todos los príncipes en edad de merecer.

Sucedió que el rey de Kasi convocó a un Swayamvara para sus tres hijas, Amba, Ambika y Ambalika, e invitó a todos los príncipes, menos a Vichitravirya, por las razones arriba mencionadas. Esto hizo enfurecer al gran Bishma, quien acudió al Swayamvara y arrollando con su poderío a todos los príncipes y guerreros que allí había, raptó a las tres princesas y las trajo para que casasen con su medio hermano paterno, Vichitravirya. Amba, se negó, y Bishma le permitió volver a casa. Quedaron Ambika y Ambalika, las cuales convivieron con el rey Vichitravirya por poco tiempo, pues este murió, y no dejó descendencia con ninguna de las dos esposas.

Estaba en juego, pues, el linaje real y, además, los planes que Satyavati y su padre habían hecho años atrás respecto a sus descendientes. La situación para la reina madre era paradójica: el heredero al trono de Zantanú, Bishma, había jurado no tener hijos para que los hijos de Satyavati pudieran subir al trono, y ahora resultaba que no había descendientes de Satyavati.

Entonces, la reina madre presa del desespero pidió a Bishma que engendrara hijos en las viudas, pues la ley lo permitía, pero Bishma le recordó su voto de castidad. A lo que Satyavati le replicó airada:
“¿Qué objeto tiene tu voto, cuando mis hijos han muerto y no hay heredero al trono de Hastinapura?”

Entonces, Bishma exclamó:

“Madre, mi voto no fue condicional. Ha sido, es, y será absoluto”.

Entonces Satyavati decidió recurrir a un hijo que había tenido con el sabio Parasara antes de casarse con el rey Zantanú, ese hijo era nadie menos que Vyasa. Le propuso que engendrara hijos en las dos viudas. Pero aquí tendríamos que dar un largo rodeo en la historia y ahora no es necesario. Bastará decir que Vyasa engendró en las viudas a nadie menos que a Dhritarashtra y a Pandú.

Pero volvamos a la situación paradójica en que estaba Satyavati: Impidió que Bishma tuviera hijos para apoderarse del linaje real, y ahora se veía en la penosa situación de que sus hijos habían muerto sin dejar descendencia y se veía obligada a pedir a  Bishma que engendrara, pero este no iba a romper su voto. Y aun los hijos que logró que Vyasa tuviera con las viudas resultaron con graves defectos: Dhritarashtra era ciego y Pandú, con frecuencia, tenía problemas de salud. ¿Al final, qué había obtenido Satyavati?

Es una gran lección. Hacemos planes a corto, mediano y largo plazo. La sociedad nos enseña que si planeamos con juicio y no dejamos nada al garete, las cosas van a salir como las planeamos. Inclusive, como hicieron Satyavati y su padre, si hay que chantajear a alguien o simplemente eliminarlo, es parte del juego. Al menos eso nos enseña, sin decirlo explícitamente, la sociedad en la que vivimos, incluyendo la de la época de Satyavati. ¿Pero, será cierto que todo nos va a salir como lo planeamos? ¿Será cierto que somos dueños plenamente de nuestras vidas y de nuestro destino? 

No se trata de que no planeemos ni calculemos. No. Se trata de que hagamos todos los planes y cálculos necesarios, pero, sobre todo, que actuemos bien, y hasta ahí llega nuestra parte. El resultado no depende de nosotros. ¿Cuál fue el resultado del actuar de Satyavati?  

Para Bishma la situación fue diferente, y debemos estar seguros que un hombre de su sabiduría, sabía que no era dueño de los resultados: Él renunció, por amor a su padre, al trono con todo y lo que implica: poder, relaciones, respeto, oro, fama, etc. Y al final, en el momento del desespero de Satyavati, todo había resultado para Bishma diferente: su pueblo y todos los reyes de la tierra sabían de su renuncia, pero esto no era óbice para que lo aceptaran como el rey sin corona, lo admiraran, lo amaran, lo respetaran, lo acataran y le rindieran todo tipo de honores y tributos. Él, cuando renunció al trono, sabía que era precisamente de todas esas cosas mundanas (pero agradables) que se iba a privar. Pero por sobre todo, sabía que actuaba bien.  

El egoísmo hizo de Satyavati una mujer desesperada y el no-egoísmo hizo de Bishma un hombre grande. Como había jurado dedicarse a proteger el reino de Hastinapura, tuvo que comandar el ejército de los Kurus contra los Pándavas, aunque era el abuelo y padre espiritual de ambas familias. En la guerra, muy a su pesar, tuvo que combatir al lado de los Kurus para proteger el reino, aunque al final no logró evitar la derrota.

Con frecuencia creemos que sabemos lo que queremos y forzamos las situaciones, como pasó a Satyavati. Si ella no hubiera presionado a Bishma y este hubiera sido el rey, quizá las cosas hubieran ido mejor para todos. O quizá no. Pero ese no es el punto. Como dice Vyasa: “El sabio no sufre por lo que sucedió ni se preocupa por lo que va a suceder. El sabio vive en el presente y aprende de los errores pasados, sean propios o ajenos, y siempre lucha por seguir el sendero de la rectitud, o sea el Dharma”. 

“El Mahabharata, en cuanto a las debilidades humanas, es mucho más que cualquier hagiografía o glorificación de simples personalidades humanas. Él nos muestra cuáles son nuestras profundas limitaciones y cómo corregirlas, si es que estamos dispuestos a hacer tan grande trabajo. Nada en la vida llega fácilmente, sin examen o sin determinación. La sabiduría y el conocimiento llegan a aquellos que incesantemente luchan por exceder sus limitaciones personales”.

(Adaptación del artículo de U. Mahesh Prabhu, publicado en el portal Vedic Management Center)

sábado, 24 de febrero de 2018

El Mahabharata y los extraterrestres

Para comprender el Mahabharata

Traducción libre del Blog "Science & Technology – Behind Mahabharatha”, cuyo autor es Sthithapragnan.


Antes de entrar en materia sobre el Mahabharata, permítanme dar mi punto de vista sobre ciertas cosas básicas: Primero, el simbolismo en el Hinduismo juega un papel principal. Los hinduistas creen que la representación simbólica de los conceptos los hace aptos para describir grandes teorías metafísicas. A cada deidad le dan una única representación simbólica. 

Por ejemplo, Visnú (el protector del universo) cuyo avatar en el Mahabharata es Krishna, se representa simbólicamente como durmiendo sobre la serpiente en el océano de leche... la serpiente tiene miles de cabezas todas vueltas hacia adentro, lo que simboliza una mente tranquila y mirando hacia la Verdad Absoluta del Señor Visnú. El Señor es visto aquí en un sueño cósmico enfocado sobre la Realidad Infinita de Su propia identidad. Él representa el espacio, que es infinito. La serpiente representa la energía cósmica y el océano de leche representa la eterna dicha. Brahma, el creador del universo, salió de su ombligo. El Chakra o disco en una de sus manos, simboliza el ciclo del tiempo (Kala-chakra). También el Chakra es descrito como el Dharmachakra, que mantiene el orden y el apropiado funcionamiento del universo. Su caracola representa los 5 elementos universales; cuando sopla la concha, se dice que produce un sonido relacionado con la vibración original de la creación universal.

Los gramáticos del Sánscrito y los investigadores metafísicos afirman que los Vedas y las Upanishads están escritos de tal forma que pueden producir diferentes interpretaciones basados en el nivel de su inteligencia (del lector). El Sánscrito es en sí mismo un lenguaje extraterrestre hablado por los seres que han llegado a la cima de la filosofía y la ciencia. Pienso que cuando una civilización se desarrolla por miles de años y es cada vez más y más avanzada en conocimientos, su lenguaje se vuelve más conceptual. Los alienígenas, que están a millones de años luz, pueden no hablar el mismo estilo de lenguas que nosotros hablamos. Por ejemplo, si usted habla a un humano pre histórico, aun en su propio idioma, tiene que darle unas descripciones muy detalladas de los conceptos que él no puede percibir.  Por esta razón, Vyasa al compilar el Mahabharata, presentó solo una versión limitada a los humanos, en comparación con la que entregó a los alienígenas.

Después de esa, Vyasa hizo otra compilación de 600 mil versos. De estos, 300 mil fueron para el mundo de los Devas; 150 mil al mundo de los Prtris; 140 mil para los Gandharvas, y 100 mil para los humanos.

Vyasa, siendo él mismo un avanzado extraterrestre, sabía cuál iba a ser la capacidad de percibir de los humanos en el futuro. Así que pudo haber velado el conocimiento técnico, que era muy avanzado para la época en que sucedió el Mahabharata, y prefirió dar un mensaje menos técnico para que fuera entendido por esa generación. Estos poemas eran memorizados y pasados debidamente a la siguiente generación, de tal manera que las futuras generaciones, al avanzar en conocimientos científicos, pudieran algún día decodificar el mensaje. Por lo tanto, es importante para cualquier persona que lea textos indios, deshacerse de los prejuicios y leerlos con el sentido de que se alcanzará un conocimiento superior.

Los santos y sabios antiguos no experimentaban de la misma forma que lo hacemos en tiempos modernos. Ellos eran, de cierta manera, físicos teóricos. Tomemos el ejemplo de Einstein, quien generalmente no trabajaba en un laboratorio ni hacía experimentos. Solo trabajaba en sus teorías en su mente. La mayor parte del tiempo su método consistía en crear una imagen mental de lo que estaba sucediendo; lo que llamaba un experimento del pensamiento. Después de esto, desarrollaba los principios fundamentales de su imagen mental. Finalmente, creaba las ecuaciones que modelaran sus ideas. Lo mismo sucede con Stephen William Hawking, el físico teórico inglés, quien dijo: “Es difícil para alguien discapacitado físicamente ser astrónomo. Pero en cambio le será fácil ser astrofísico, porque todo está en la mente. No requiere ninguna habilidad física”.

Es de suma importancia la capacidad de percibir la ciencia de avanzada y las más elevadas teorías metafísicas. Por ejemplo, cuando leemos la traducción del Mahabharata desde el contexto de nuestros días, puede parecernos absurda. Imagine que usted le enseña lo que es la televisión a un indígena del centro de África, que no conoce el mundo por fuera de su aldea. ¿Cómo se lo explicaría? Seguro que usted no se iría por los detalles técnicos de la televisión. Solo le explicaría lo que hace y lo que no hace la televisión. Usted no podría profundizar más explicándole la televisión, porque para él sería imposible percibirla completamente. 

Después de la guerra del Mahabharata, solo hubo destrucción total y solo quedó  un puñado de alienígenas. Los humanos corrientes no poseían el conocimiento para entender los desarrollos técnicos. Por ejemplo, en la guerra del Mahabharata se usaron arcos y flechas junto con sofisticados misiles manuales recibidos de los extraterrestres. De igual manera, se usaron carros tirados por caballos junto con avanzados carros blindados, también suministrados por los extraterrestres. Y puesto que esa generación no tenía la capacidad de percibir la avanzada ciencia de los alienígenas, Vyasa mencionó dichos artefactos con el nombre de unos más ordinarios, y usó términos conceptuales, como ‘carros celestiales’, ‘Dhanush’, ‘Vimanas’, ‘astras’, etc.  

Por esta razón, la descripción que en el Mahabharata se hace sobre diversas tecnologías, no debe descartarse como si solo fuera ciencia ficción. Las historias de varias personalidades, grupos y reinos, que tienen tanto un hilo de unión así como de interdependencia y la altura filosófica alcanzada, es imposible de imaginar. Además, la profunda descripción que proporciona, es una muestra clara de que se trata de Historia, no de Mitología (tomen, por ejemplo, el Bishma Parva VI, en el que se describen ríos, montañas, llanuras, gentes, culturas, etc.) 

Los tiempos del Mahabharata se ubican en una civilización influida por cientos de razas extraterrestres (devas o semidioses), que dominaron la guerra. Estos alienígenas eran tan poderosos con sus armas de alta tecnología, que mataban a miles en un instante. Así mismo, estos alienígenas eran biológicamente mucho más fuertes que los humanos; tanto, que podían resistir el ataque de armamento pesado, lo que es imposible para los humanos. Ninguno de ellos era humano, pues su código genético deriva de súper-humanos o alienígenas.

Por ejemplo, Dhritrarashtra, el rey de los Ghandharvas; Pandú, del dios del viento; Yudhisthira -  Yama; Duryodhana – Kali; Sakuni – Dwapara; Sikandhi, Dussasana y otros de los hermanos – Rakshasas; Bhima – Dios Viento; Arjuna – hijo de Indra; Nakula y Sahadeva – Aswins; Karna – una porción del sol; Abhimanyu – la Luna;  Dhrishtadyumna y Draupadi – porciones auspiciosas del fuego; Drona – porción de Vrihaspati; Ashwathama - Porción de Rudra; Bishma – uno de los Vasus e hijo de Ganga.

Podemos observar que estos grandes alienígenas, que biológicamente eran más fuertes y que poseían increíbles armas celestiales, eran casi indestructibles. Mientras tanto, los seres humanos ordinarios de este planeta, caían por millones.

Traducción libre del Blog "Science & Technology – Behind Mahabharatha”, cuyo autor es Sthithapragnan. 

viernes, 16 de febrero de 2018

Nacimiento de Vyasa

Vyasa dicta el Mahabharata al Señor Ganesha

Una de las muchísimas particularidades del Mahabharata es que su compositor, Vyasa, algunas veces entra dentro de su composición y campea dentro de ella con los protagonistas, aconsejándoles, previniéndoles o instándoles. 

Es algo que en lo personal me fascina. Como si en Don Quijote, cuando van a mantear a Sancho, apareciera don Miguel de Cervantes y dialogara con el ventero, o con el mismo Sancho, para prevenirles del manteo, y después del diálogo, desapareciera por un tiempo para volver más tarde en otra escena.

De Vyasa, lo mismo que de Homero, se dice hoy día que nunca existió. Pero ni que sí, ni que no, podrá comprobarse nunca y, por tanto, para efectos prácticos, Vyasa es el autor o compilador del Mahabharata. También se le conoce como 'Veda Vyasa' y 'Krishna Dwaipayana'. Vyasa quiere decir “compilador”, y Dwaipayana quiere decir “nacido en una isla”. Se le atribuyen, además del Mahabharata, los Upanishads y los Puranas, así como la organización de los 4 Vedas (Rig, Yajur, Sama y Atharva).

Fue hijo del sabio Parasara y Satyavati. Esta última fue la hija de Girika y Vasu, y fue concebida de la siguiente manera: Deseando Girika sexualmente a Vasu, la relación no se pudo consumar en esos momentos, pues los antepasados de Vasu le pidieron, un momento antes, cazar un venado para ciertos ritos funerarios. Siendo Vasu un hombre que podía controlar sus pasiones, prefirió ir en busca del venado y posponer el placer que le esperaba con Girika.

Sin embargo, ya en el bosque y momentáneamente cansado de su actividad cazadora, Vasu durmió una siesta y gracias a la previa excitación sexual, eyaculó. Cuando despertó, no quiso desperdiciar su semen: lo recogió en una hoja del árbol llamado Asoka, y la entregó a un halcón con el encargo de llevarla a Girika, para que así ella pudiera concebir un hijo. 

Pero en el camino el halcón fue atacado por otro halcón que pensó que llevaba comida y en la lucha la hoja y el semen cayeron al río Yamuna donde un pez la tragó. Pero el pez era nada menos que una Apsara (parecida a un hada), que habiendo sido maldecida, vivía en el cuerpo del acuático animal.

Una vez tragada la hoja, la apsara concibió dos criaturas, niño y niña. Pasado el tiempo, cuando cayó en las redes de un pescador, este, al abrir el pez, se sorprendió al ver los dos bebés en su interior. De inmediato la apsara tomó su forma original, pues la maldición decía que solo se liberaría de la forma de pez, si concebía dos seres humanos.

Admiradas las gentes no sabían qué hacer con los bebés, así que el jefe de los pescadores se presentó ante el rey Vasu, quien al notar que la niña despedía un fuerte olor a pescado, no la quiso, y ordenó al pescador que le dejara al niño para hacerlo heredero al trono. A la niña, podía quedársela el pescador.

Satyavati, hermosa como ninguna, con todas las cualidades imaginables en una mujer, no solo creció entre pescadores, sino que nunca perdió el fuerte olor a pescado. Además, su padre le había ordenado que fuera barquera: transportaba viajeros de una a otra orilla del sagrado río Yamuna.


Un buen día apareció a orillas del río, solicitando ser transportado a la otra orilla, el sabio Parasara. Una vez dentro de la barca, el sabio se fijó en la belleza de la barquera y quedó prendado. Entonces Parasara pidió a Satyavati que aceptara sus abrazos apasionados y ella se resistió, argumentando entre otras cosas, que ella sin su virginidad no podría volver a casa, pues en adelante, ya no podría vivir. Y si esto no importara, tampoco le parecía a ella correcto tener abrazos amorosos  a la vista de todas las personas que viajaban en otras barcas y/o estaban en las orillas.

Pero el sabio Parasara tenía una solución para cada problema: le prometió que su virginidad quedaría intacta y contra los noveleros, prometió crear una neblina que cubriría la barca para evitar miradas. Además, prometió otorgarle el don que ella pidiera. Entonces retozaron en la barcaza y cuando terminaron, Satyavati pidió el don de no despedir más el olor a pescado, lo que concedió el sabio de inmediato, quedando desde entonces la doncella expeliendo un dulce aroma que a todos encantaba. 

El sabio Parasara continuó su viaje y ese mismo día, en una isla del río, Satyavati dio a luz a Vyasa, que nació adulto. Entonces le dijo a su madre que se convertiría en un asceta y que si ella llegase a necesitarlo, solo tendría que pensar en él y comparecería ante ella de inmediato.

Este fue el nacimiento del compilador del Mahabharata y también la historia inicial de Satyavati, quien como se verá más adelante, es personaje fundamental como matrona de los Pandavas.

viernes, 9 de febrero de 2018

EL COMPLOT

Dhritarashtra, que era ciego, no obstante era el rey. Pero ese reino lo había conquistado su hermano, Pandú, el padre de los 5 Pandavas. Por esta razón, el mayor de los hermanos Pandavas, Yudhisthira, era el legítimo heredero al trono. Esta situación no le gustaba al rey ciego, pues prefería designar como heredero al trono a su hijo Duryodhana.



Pero no iba a ser fácil, pues el pueblo amaba a los Pandavas y a Yudhisthira en especial, y se escuchaba por todas partes la voz de diversas gentes pidiendo, con demasiada frecuencia, que Yudhishtira ascendiese pronto al trono que legítimamente le correspondía. Así que a Dhritarashtra no le quedó más remedio que reconocer y designar como heredero al trono a su sobrino Yudhisthira.

Duryodhana, que siempre había malquerido a sus primos, los Pandavas, y que incluso había ordenado la muerte de uno de ellos, Bhima, que por fortuna había sobrevivido, al conocer la designación de Yudhisthira estaba a punto de reventar; entonces le recriminó a su padre haber designado como heredero del trono a Yudhisthira. Le dijo que se suicidaría si el monarca no hacía algo en contra de los Pandavas para favorecerlo a él en su deseo de ser rey.

Dhritarashtra se resistió a la petición de su hijo, advirtiéndole lo inconveniente y por demás peligroso que era, pero Duryodhana insistió, y acribilló con argumentos a su padre para que se pusiera en contra de los Pandavas. Dentro de todo lo que le dijo, le sugirió que valiéndose de cualquier excusa, enviara lejos de Hastinapura, la capital, a los 5 hermanos y a su madre. Que mientras durara la ausencia, él, Duryodhana, se ganaría el amor del pueblo, y después, cuando regresaran algún día los Pandavas, ya habrían perdido toda su popularidad. Descargada su hiel, salió presuroso de la presencia de su padre.

El rey quedó pensativo. Tampoco amaba a los Pandavas, y dándole vueltas al asunto, cayó en cuenta que su hijo no iba a permitir que los Pandavas regresaran jamás. Sabía muy bien de lo que era capaz Duryodhana. Entonces, y para dar su tácita aprobación al complot, guardó silencio respecto al tema, y se limitó a llamar a Yudhisthira ante su presencia.

Entonces, con fingido cariño, le dijo a Yudhisthira que la ciudad de Varanavata era de verdad encantadora. Que si quería, podía irse para esa bella ciudad junto con sus hermanos y su madre y vivir felices allí, siquiera por un año. Yudhisthira no era tan ingenuo como para no saber que tras esas sonrisas y ese ofrecimiento había algo malo. Muy malo. No obstante, decidió seguir el juego y aceptó la propuesta de su tío, el rey. 

Cuando Duryodhana supo que Yudhisthira había aceptado irse a Varanavata con su familia, saltó de alegría y de inmediato llamó a un ministro de su padre, Purochana, y le ofreció riquezas para que le ayudara en el plan de asesinar a los Pandavas. Era sencillo. Solo tenía que adelantarse desde ese mismo día a Varanavata y construir una casa digna de príncipes. Solo que debería construirla con materiales altamente inflamables.

Le ordenó también Duryodhana, que una vez que llegaran los Pandavas, humildemente les debía decir que ocuparan ese palacio mandado a construir para ellos por el rey Dhritarashtra, y que él mismo, Purochana, debía residir allí, para que los príncipes no sospecharan nada. Pero con el tiempo, mientras ellos estuvieran durmiendo, debía prenderle fuego a la casa. Purochana aceptó y de inmediato viajó a Varanavata.

Mientras los príncipes alistaban su viaje, los pobladores, con lágrimas en los ojos, les pedían que no se fueran. Les advertían que el rey ciego los mandaría eliminar una vez estuvieran lejos. Pero Yudhisthira los tranquilizaba, diciéndoles que no era cierto. Que el rey, su tío, los amaba como si fuera su propio padre.

Tanto el rey Dhritarastra como su fallecido hermano Pandú, habían tenido otro hermano, Vidura, que era un hombre supremamente sabio, quizá el hombre más sabio de su tiempo. Vidura amaba a los Pandavas y sabía muy bien las malas intenciones de sus primos, los Kurús. Así que se acercó a Yudhisthira y le dijo al oído palabras sabias, como siempre él sabía hacer, y al escucharlas su sobrino, entendió que debía estar prevenido contra lo peor. Que sus primos no eran lo suficientemente nobles como para luchar abiertamente, y que echarían mano de las trampas más viles. Pero hubo dos palabras que dijo Vidura, que Yudhisthira no entendió, y que quedaron resonando en su mente: fuego y estrellas.

Cuando después de ocho días de viaje los 5 príncipes y su madre llegaron a Varanavata, los pobladores salieron a recibirlos con euforia. Todo era alegría y festejo en la ciudad, y en medio del júbilo, Purochana se acercó a Yudhisthira y le hizo saber que allí cerca estaba un palacio espléndido, construido especialmente para ellos por orden del rey.  Así que hacia allá se dirigieron los Pandavas.

Cuando los príncipes quedaron solos, hablaron sobre el penetrante olor que despedía la casa, y supieron de inmediato, que era una sustancia inflamable. Supieron de inmediato, que sus queridos parientes querían quemarlos vivos con todo y casa. Entonces el más beligerante y fuerte de los cinco, Bhima, dijo que iría a matarlos en ese mismo momento con sus propias manos. (Y vaya, que con su habilidad y  fuerza descomunales, lo podía haber hecho sobradamente).

Pero su hermano mayor lo tranquilizó. Le dijo que la casa no la incendiarían tan pronto, pues sería muy obvio y se delatarían. Que los Kurús dejarían pasar un tiempo antes de hacerlo, y mientras, ellos, los Pandavas, con la ayuda de su tío Vidura, sabrían qué hacer. Entonces, de repente entendió lo que quería decir su tío con la palabra ‘fuego’.

En efecto, en pocos días llegó un mensajero de Vidura. Después de identificarse plenamente ante Yudhisthira, le dijo que él era un minero, y que el plan era construir un túnel desde la casa hasta orillas del río Ganges. Pero el plan era muy complicado. Tenían que perforar sin que el ruido fuera escuchado, sacar la tierra, todo en las propias narices de Purochana, que residía allí mismo. Sin embargo se dieron mañas en distraerlo, y al final de un largo año, el túnel estaba listo. Partía del salón principal del palacio y desembocaba a orillas del Ganges.

Entonces Kunti, la madre de los 5 príncipes Pandavas, invitó a una fiesta para dar de comer a los pobres, que por supuesto fue todo un éxito. Dentro del gentío, se presentó una mujer que prestaba servicios sexuales a Purochana, lo que Kunti sabía. La mujer iba junto con sus 5 hijos, y Kunti los atendió muy especialmente, con lo que la mujer entró en más confianza, pensando que se había ganado el corazón de la reina.

Así que a avanzadas horas de la noche, el gentío fue retirándose y solo quedaron Purochana, la mujer y sus hijos, todos completamente ebrios. Kunti los hizo acostar en los lechos reales. Entonces los Pandavas penetraron por el túnel, mientras Bhima se quedaba atrás con una tea y comenzaba a incendiar la casa. El pueblo se despertó y gritó de dolor al ver el palacio en llamas. Creían que los príncipes estaba ahí, pero nadie podía acercarse, pues Purochana había hecho un foso alrededor del palacete para que durante el incendio nadie pudiera escapar... ni entrar. Todos sabían que era obra del rey Dhritarashtra y su hijo Duryodhana. El pueblo contempló impotente el incendio hasta el amanecer sin que sus lágrimas cesaran, y todo terminó cuando con estrépito lo que quedaba de la inmensa construcción se derrumbó en medio de las llamas.



Los Pandavas llegaron a orillas del Ganges. Allí encontraron a un barquero, también enviado por Vidura, quien tenía órdenes de pasarlos al otro lado. Además les dijo que Vidura les pedía que se alejaran lo más que pudieran de Varanavata. Que no se dejaran ver de nadie. Que una vez estuvieran en la otra orilla, se guiaran por las estrellas y siguieran siempre rumbo al sur. Cuando desembarcaron al otro lado, los príncipes agradecieron al barquero y se enfrentaron al tétrico bosque. En ese momento entendió Yudhisthira el significado de la palabra ‘estrellas’.

Resumen muy (pero muy) resumido de las secciones CXLIII a CLI del Volumen I, titulado Adi Parva

viernes, 2 de febrero de 2018

EL BHAGAVADGITA Y EL MAHABHARATA

Como vimos en la entrada anterior, el BHAGAVAD-GITA, que es parte del Mahâbhârata, es una obra fundamental del Espíritu. Si a esto le sumamos que su extensión es 'corta' (en el sentido material), nos podemos explicar que haya innumerables traducciones a todos los idiomas del mundo. En nuestro idioma también hay varias traducciones, una de ellas, la del teósofo J. Roviralta Borrell, que publicó en 1910 su versión del BHAGAVAD-GITA en español. En la introducción, nos da nuevas visiones sobre el Mahâbhârata, las que aquí quiero compartir, por considerarlas valiosas para la visión global que de esta epopeya queremos hacer en este blog:

El Señor Ganesha transcribiendo el Mahabharata

...El relato que se acaba de hacer, aunque de un modo somero, es el argumento del Mahâbhârata (1). Autores hay que aceptan este relato al pie de la letra, llegando alguno a suponer, entre otras cosas, tal vez por hacer alarde de ingenio, que la palidez de Pându (2) era ocasionada por la lepra (¡). Opuestamente al modo de pensar de tales autores, va prevaleciendo cada día más una opinión de todo distinta, o sea que el BHAGAVAD-GÎTÂ, así como el Mahâbhârata entero, ya se le considere en conjunto o ya en sus menores detalles, es una obra en la cual la realidad permanece encubierta tras el tupido velo de la alegoría y de la fábula.

“Los contextos de los diversos pasajes —dice Telang– indican, en mi sentir, que se ha soltado una semiverdad aquí y otra semiverdad allí, especialmente relacionadas con el sujeto especial de que se está tratando; pero no se ha hecho todavía ninguna tentativa para organizar las diversas semiverdades— que son aparentemente incompatibles— en un todo simétrico, donde las aparentes contradicciones podrían quizás desvanecerse por completo en una síntesis superior”. Esta opinión viene corroborada por otros autores de reconocida competencia, entre ellos W. Brehon, que se expresa en los siguientes términos: “Aquel que estudie con atención este poema, no tardará en darse cuenta de que en el fondo del mismo hay un substratum, un sentido íntimo mucho más grande que lo que puedan sugerirle las simples palabras”.

En efecto: la misma disposición del poema, la forma en que están distribuidas sus materias y capítulos, diversos hechos de carácter maravilloso y extraordinario que descuellan en el mismo, todo, en fin, revela bien a las claras la verdad de esta última opinión, indicando asimismo que es preciso poseer un elucidario, o mejor dicho, una o más claves para poder descifrar los enigmas y misterios de que rebosan las páginas de este libro (3). Un solo ejemplo bastará para demostrar esta afirmación: en el curso de todo el Mahâbhârata se encuentra de un modo preferente el número dieciocho. Dieciocho son los parvas (divisiones o libros) de que consta dicha epopeya: dieciocho son los cantos o capítulos del BHAGAVAD-GÎTÂ; dieciocho es el número que corresponde al nombre de este poema; en dieciocho cuerpos de ejército se dividieron los dos partidos beligerantes de Kurús y Pandavas; dieciocho días duro el combate; el número dieciocho está misteriosamente relacionado el nombre de Arjuna, y dieciocho es también el número que representa la forma particular del Logos asumida por Krishna. Igualmente encontramos el número dieciocho en las siguientes cifras que indica Sâuti, contestando a una pregunta de los Richis: “El número de carros de un ejército, oh excelentes brâhmanas, según aquellos que conocen la ciencia de los cálculos, es de 21,870 (2+1+8+7=18); el número de elefantes es idéntico (=18); 109,350 (=18) es el número de los soldados de a pie; y 65,610 (=18) es el número de caballos. He aquí lo que los hombres versados en la ciencia de los cálculos han designado con el nombre de ejército completo”.

Como indica W. Q. Judge, en su introducción al BHAGAVAD-GÎTÂ, éste puede interpretarse de diversas maneras, según sea el punto de vista bajo el cual lo considere el lector. Así es que puede referirse al individuo siguiendo todo el curso de su desarrollo evolucionario, a la cosmogenia, a la evolución del mundo astral, a las distintas jerarquías de seres, a la naturaleza moral, etc.

Si el relato se aplica al individuo, tenemos que el rey Dhritarâchtra representa al cuerpo humano, que la Mónada inmortal, obligada por la fuerza de la ley kármica (ley de justa retribución) y del tanha (sed o deseo de vida), adquieren al venir a la existencia transmigratoria con el objeto de recorrer el sendero de la evolución. Es ciego, porque el cuerpo, separado de sus facultades internas, es materia insensible, y por consiguiente, incapaz de gobernar; razón por la cual figura en el Mahâbhârata otro personaje como regente del Estado, siendo rey de nombre el ciego Dhritarâchtra, o sea el cuerpo físico.

Como quiera que en nosotros hay una doble naturaleza, vemos que los Kurús mencionados en el poema simbolizan la parte material de nuestro ser, el yo inferior, mientras que los príncipes Pandavas, y entre ellos Arjuna, representan los principios espirituales.

El sabio brahmín teósofo Subba Row, en su excelente obra titulada Discourses on the Bhagavad-Gîtâ, dice que por Arjuna ha de entenderse el hombre, o mejor dicho, la Mónada humana, conforme viene a probarlo el significado mismo de Nara (hombre), que es una de las varias denominaciones con que se designa a dicho príncipe; y por Krishna ha de entenderse el Yo supremo, el Logos (4), Atman o Espíritu inmortal, que descienden para iluminar al hombre y contribuir a su salvación. Este es el motivo porque se representa al dios desempeñando, en obsequio de su amigo, el papel de guía en el campo de batalla.

Bajo el punto de vista filosófico, los dos ejércitos enemigos, los Kurús y los Pandavas, son las dos agrupaciones de potencias o facultades humanas que traban entre sí encarnizada lucha, teniendo las unas a degradarnos y sumirnos en la materialidad, y propendiendo las otras a elevarnos a la sublimación espiritual. Los Kurús, o sea la parte inferior y más grosera de nuestra naturaleza primitivamente desarrollada, obtienen por el momento el poder sobre este plano, y uno de ellos, Duryodhana, “prevalece”, hasta el punto de que los Pandavas, esto es, las partes más nobles y espirituales de nuestra naturaleza, se hallan proscritos temporalmente del reino, o lo que es lo mismo, se hallan imposibilitados para gobernar. La prolongada marcha errante y las numerosas privaciones a que están condenados los príncipes pandavas, son el continuo vagar de un lado a otro, causado por las necesidades de la evolución, antes que dichas partes nobilísimas de nuestro ser se detengan con el objeto de alcanzar la dirección en la lucha evolucionaria del hombre.

Cuanto acaba de indicarse respecto al hombre considerado individualmente, se puede referir también a la Humanidad, o sea al hombre considerado como raza, así como al encumbramiento y decadencia cíclicos de las naciones.

La batalla sangrienta que tiene lugar en Kurukchetra, simboliza la lucha que se entabla entre la parte más noble o espiritual del hombre, representada por los Pandavas, y las más grosera y material, representada por los Kurús, con el objeto de conquistar el trono de Hastinâpura, esto es, los planos de existencia más elevados, siendo para ello preciso apelar a la fuerza, a la violencia, hasta que el hombre espiritual, verdadero santuario de la Divinidad, aniquile por completo a la “bestia humana”, con todo su cortejo de pasiones y tendencias ruines”. Esto mismo es lo que vienen a significar los dos siguientes pasajes bíblicos; “El reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que se la hacen a sí mismos, son los que lo arrebatan”. (Math., XI, 12); “...de manera que la vida inmortal absorba y haga desaparecer lo que hay de mortalidad en nosotros”. (Corinth., V. 4).

Es de notar que Arjuna no pretendía que Krishna peleara por él. De esto se sigue que la Mónada humana ha de reñir su propia batalla, ayudada, desde el momento en que el hombre empieza a pisar la verdadera senda, por su propio Logos, que es su amigo y consejero.

El descorazonamiento que se apodera de Arjuna, el intenso pesar que le agobia cuando el desventurado príncipe considera que ha de trabar un encarnizado combate contra sus amigos y parientes más cercanos es el profundo desaliento, la desesperación que se apodera del hombre en el acto de emprender la lucha contra su naturaleza inferior, que es una parte de sí mismo; simboliza el sentimiento de doloroso vacío, de amarga soledad que le atormenta cuando tiene que anonadar sus pasiones animales, sus afectos y sus aspiraciones terrenas, que tanto había acariciado hasta aquel momento y durante repetidas existencias. Es también una alegoría para expresar que cuando el hombre se halla en el mismo umbral del conocimiento, con mucha frecuencia su alma consiente que los peores sentimientos de su naturaleza avasallen por completo su razón, y en tales casos, si no se apresurara a reunir en torno a él sus mejores aliados, el hombre está perdido. Esto también es lo que Bulwer Lytton pretende significar en su Zanoni, cuando describe con tan vivos colores el monstruoso y terrible guardián o “habitante del umbral”, cuya influencia en el plano de la mente es mucho más abrumadora que la de cualquier terror de orden material. En semejante circunstancias, la victoria o la derrota dependerán del efecto que en el hombre produzcan las exhortaciones de Krishna, o sea del Logos que brilla dentro de nosotros y habla en nuestro interior...

Notas:

(1) El lector que desee conocer más extensamente esta gran epopeya, podrá consultar con fruto el precioso compendio que de ella ha hecho Mrs. A. Besant, con el título The Story of the Great War (Historia de la Gran Guerra ).

(2) Pandu significa pálido.

(3) Antes de la aparición del Buddhismo, el BHAGAVAD-GÎTÂ, por razón de ser uno de los antiguos libros de iniciación, hallábase únicamente en manos y bajo la custodia de los brâhmanes iniciados, siendo por completo desconocido para las muchedumbres. Gautama Buddha, llevado de su deseo de abrir las puertas del Santuario oculto a todos cuantos, sin distinción de casta o de posición social, se mostrasen dignos de conocer las Verdades supremas, reveló en parte el secreto de este libro; pero, inmediatamente después de la muerte del sabio Maestro, sus enemigos hicieron desaparecer la clave, el verdadero grano de la doctrina, dejando tan solo la cáscara para desorientar a las masas. Esta preciosa clave, contenida en un volumen tres veces más abultado que todo el Mahâbhârata se dice que los buddhistas iniciados se la llevaron consigo cuando fueron condenados al destierro, y es fama que en el templo de Kandy, en Ceilán, se conserva actualmente un ejemplar o copia de la misma. (SUBBA ROW).

(4)  Krishna es el Logos, pero sólo una forma particular del mismo representada por el número dieciocho. Es el Logos que protege al Yo humano, y el dar Krishna su propia hermana Subhadrâ (nombre que significa “bien propicia”) en matrimonio a Arjuna, simboliza la unión entre la luz del Logos y la Mónada humana. (SUBBA ROW).


jueves, 25 de enero de 2018

EL BHAGAVADGITA


Dentro de El Mahabharata se encuentra El Bhagavadgita, uno de los libros sagrados por excelencia de la humanidad, que es leído devotamente por cientos de millones de indios (sí, cientos de millones), y por millones de personas de otras nacionalidades, y su contenido nos informa, entre otras cosas, sobre la ilusión de lo que nosotros llamamos ‘realidad’, y por consiguiente abriéndonos una perspectiva mucho más profunda de la vida, que aquella a la que estamos acostumbrados.

Este texto sagrado se encuentra en el libro VI de El Mahabharata, titulado Bishma Parva, y consta de 18 capítulos y 700 versos. Todas las tradiciones hinduistas lo consideran sagrado y sus más excelsos sabios le han dedicado extraordinarios estudios, pues indudablemente su mensaje se revela como una brújula a todo buscador de la Verdad. 

Para apreciar su grandeza, baste saber que está contenido en solo 700 versos dentro de los más de 100 mil versos que tiene El Mahabharata, y sin embargo, El Bhagavadgita tiene tal fuerza, que por sí solo es una obra fundamental dentro de la sabiduría humana.

Los académicos han concluido que El Bhagavadgita fue interpolado dentro de El Mahabharata, y sus razones juiciosas deben tener. Sin embargo, para las personas que amamos El Mahabharata como un todo, no es así. Simplemente afirmamos que El Bhagavadgita es la joya de la corona de El Mahabharata, pues sus versos tocan las fibras del alma en lo más profundo, como si fuera la melodía o pasaje más emotivo e inolvidable de una pieza musical.

Momentos antes de que la gran guerra estallara, según lo referido en el post anterior, las cosas estaban así: todo general iba en un carro tirado por caballos y tenía un cochero o auriga. Del lado de los Pandavas el comandante general era Arjuna, y su auriga era nada menos que el Señor Krishna en persona. Como recordarán, los Pandavas habían sido criados por su tío Bishma, y habían crecido junto con sus primos, los Kurús, y su tío el rey Dhritarashtra, además de muchos otros familiares, amigos y relacionados, en el reino de Hastinapura.

Un instante antes de iniciarse la guerra, Arjuna pide a su cochero, el Señor Krishna, que lo ubique en medio de los dos ejércitos. Así lo hace el Señor, y Arjuna desde allí observa detenidamente a sus enemigos y se da cuenta de que están todos sus seres queridos. Entonces,  dominado por intensa tristeza, dice al Señor Krishna:

No veo cómo puede resultar bien alguno de matar a mis propios parientes en esta batalla; ni puedo, mi querido Krishna, desear ninguna victoria, ni  reino, ni felicidad subsecuentes.

¡Oh, Krishna! ¿De qué nos sirven los reinos, la felicidad, o aun la vida misma, cuando todos aquellos para quienes los deseamos se encuentran ahora dispuestos en este campo de batalla? ¡Oh, Krishna! Cuando maestros, padres, hijos, abuelos, tíos maternos, suegros, nietos, cuñados y todos los parientes están dispuestos a dar sus vidas y sus propiedades y están presentes ante mí, entonces, ¿por qué he de desear matarlos, aunque yo sobreviva? ¡Oh, sustentador de todas las criaturas! No estoy dispuesto a pelear en contra de ellos, ni siquiera a cambio de los tres mundos, mucho menos por esta tierra.

Y Más adelante agrega:

¡Ay de mí! ¡Cuán extraño es que estemos preparándonos para cometer actos extremadamente pecaminosos, impulsados por el deseo de disfrutar de felicidad regia!

Yo consideraría mejor que los hijos de Dhritarashtra me matasen desarmado y sin resistir, antes que pelear con ellos.

....Habiendo así hablado en el campo de batalla, Arjuna, con su mente abrumada por la angustia, arrojó a un lado su arco y flechas y se sentó en la cuadriga.

Entonces el Señor Krishna comienza a animar al guerrero para que luche, y le explica detalladamente por qué debe hacerlo. Lo que Arjuna ve en apariencia, es decir, sus abuelos, tíos, etc., son solo apariencia. En otras palabras, comienza una explicación filosófica y espiritual de lo que en verdad es la vida. A muchas afirmaciones del Señor Krishna, Arjuna solicita aclaraciones, y así va avanzando el diálogo a través de los 18 capítulos y 700 versos, de una manera tan profunda, que cuando terminamos su lectura, salimos inquietos, como si también estuviéramos dispuestos a luchar... y entonces volvemos a leer y a leer...

En los versos finales de El Bhagavadgita, el Señor Krishna dice a Arjuna: 

¡Oh, Arjuna, el conquistador de riqueza! ¿Has oído esto atentamente con tu mente? Y, ¿se disiparon ya tus ilusiones e ignorancia?

Y Arjuna contesta:

Mi querido Krishna. ¡Oh, infalible! Ahora mi ilusión se ha ido. Por tu misericordia he recobrado mi memoria y ahora estoy firme y libre de la duda y preparado para actuar de acuerdo a Tus instrucciones.

Entonces Arjuna se levanta y comienza la gran guerra, y lo que resta del libro VI de El Mahabharata, más los otros 12 libros, nos dan cuenta de lo acontecido.

Para finalizar esta entrada, como siempre demasiado sintética, y además escrita por una persona del montón, no un maestro ni un académico, (con la única credencial de quien ama y ha leído y releído El Bhagavadgita), quisiera transcribir lo que algunas personalidades han dicho sobre este fundamental texto de la humanidad:

Mahatma Gandhi: “El Bhagavadgita ha sido una fuente de solaz para mí. En momentos en que no percibía en el horizonte ninguna perspectiva consoladora, abría el Gita y encontraba ese verso que me daba nuevas esperanzas”.

Ralph Waldo Emerson: “Debo un magnífico día al Bhagavadgita; fue el primero de los libros; era como si un imperio nos hablara; nada pequeño ni desmerecedor, sino por el contrario, majestuoso, sereno, consistente, la voz de una inteligencia que en otra época y clima examinó y resolvió las mismas preguntas que hoy nos mueven”.

Alexander von Humboldt: “Lo más profundo y elevado que el mundo puede mostrarnos. Agradezco a Dios que me permitió vivir tanto tiempo como para que yo pudiera leer El Bhagavadgita”.

Hermann Hesse: “La maravilla del Bhagavadgita es su hermosa revelación de la sabiduría de la vida, que hace que la filosofía florezca dentro de la religión”.




sábado, 20 de enero de 2018

Lo que nos cuenta El Mahabharata


Es imposible hacer una sinopsis de El Mahabharata a la manera de los resúmenes usados en las reseñas de los libros. Lo más cercano son las 770 páginas mencionadas en el post anterior, sobre la versión en español de Emilio Faro

Pero voy a intentar describir el resumen. Advierto, eso sí, que será como describir la pirámide de Keops, diciendo que “es una de las maravillas del mundo, mole de piedras gigantes ensambladas entre sí, con una altura de 146 metros...”

Para empezar, diré que El Mahabharata tiene muchísimas historias que, como ramas, se desprenden de la historia principal. Por ejemplo, dentro del argumento fundamental se narra el destierro que sufren los protagonistas (los Pandavas) durante 12 años, tiempo en el que van de un lugar a otro del país por zonas boscosas. Pero en la narración de esos doce años suceden muchos episodios, que no tienen relación directa con la historia principal y, no obstante, son narraciones maravillosas. Para dar solo un ejemplo, mencionaré la conmovedora historia de amor titulada ‘Historia de Nala’, relato contenido en 26 capítulos, que por sí solo es del tamaño de una novela, por demás excelsa, en la que se narra la historia de un amor casi imposible. 

Y así, sucesivamente, mientras avanza el argumento principal, se van desprendiendo historias y más historias; algunas describen cosas divinas, otras describen cosas mundanas y otras aun infernales, pero todas con un trasfondo profundo, que no siempre se capta a primera leída, pues debemos recordar que El Mahabharata es, ante todo, un libro sagrado.

Hechas las anteriores aclaraciones, trataré de ‘describir’ el argumento principal:

Hace 5000 años, en la India había una pareja real: el rey Santanú y su consorte Satyavati. El rey, antes de unirse a Satyavati, había tenido un hijo con la diosa Ganga. Dicho hijo se llamaba Bhishma. Por su parte, la reina Satyavati, antes de unirse al rey, había tenido un hijo con el sabio Parashara, vástago llamado Vyasa. Una vez unida la pareja real, tuvieron un hijo llamado Vichitravirya. En resumen, la pareja real tenía 3 hijos, hermanastros entre sí: Bhishma, Vyasa y Vichitravirya. Este último, fue nombrado por su padre como legítimo heredero al trono.

Siendo ya rey Vichitravirya, se casó con dos hermanas: Amba y Ambalika, pero murió sin dejar descendencia. En consecuencia, la línea del rey Santanú quedaría interrumpida. Para solucionarlo, el hijo mayor del rey Santanú, Bhishma, quien era el príncipe regente, acordó con su hermanastro Vyasa, que este procreara con las dos viudas. Así nacieron de estas uniones dos hijos que fueron llamados respectivamente Dhritarashtra y Pandú.

Dhritarashtra y Pandú fueron educados por su tío Bhishma, y cuando llegó el momento, se casaron, el primero con Gandhari, y el segundo con dos damas: Kunti y Madri. De Dhritarashtra y Gandhari nacieron 100 hijos, el mayor de los cuales era Duryodhana; estos eran los Kurús. De la unión de Pandú con Kunti y Madri nacieron 5 hijos: los Pandavas.

Dhritarashtra, el mayor, había nacido ciego, y la ley  brahmánica establecía que por este defecto no podía gobernar. Así que entregó la corona a su hermano, Pandú, quien a su vez señaló a su hijo mayor, Yudhishtira, como heredero al trono. Pero el rey Pandú murió muy pronto, dejando a sus cinco hijos aún muy jóvenes. De su crianza, muy esmerada, como correspondía, se encargó el abuelo Bishma. Y es importante señalar que los 5 Pandavas se criaron en palacio junto con sus 100 primos, los Kurús, y su tío Dhritarashtra.

Pero pronto se vio que los Pandavas eran más nobles, más inteligentes, más sabios, más conocedores y practicantes de la ley sagrada y, en fin, mejores príncipes que los Kurús, sus primos. Por esta razón, el mayor de los Kurús, Duryodhana, comenzó a tomarles ojeriza. Y pronto la ojeriza se convirtió en un odio a muerte. Sin embargo, los Pandavas lograron salir indemnes de las trampas mortales que les tendió Duryodhana, que entonces planeó deshacerse de ellos por otros medios.

Junto con un tío materno, que era jugador de dados, trazaron el plan de invitar a jugar al mayor de los Pandavas y heredero del trono, Yudhishtira, sabiendo que también era aficionado al juego de dados. Pero el juego se urdió como una trampa: los dados estaban cargados. Así que Yudhishtira, sin saber las verdaderas intenciones de su primo, aceptó el reto sin dudar un momento. 


Embriagado por el juego, Yudhishtira jugó y perdió, jugó y perdió, jugó y perdió... jugó de nuevo y perdió... perdió todo su reino. Finalmente, apostó a sus propios hermanos, los Pandavas, y también los perdió. Su última apuesta fue su esposa, Draupadi, a quien también perdió y quien fue tratada ignominiosamente por su nuevo dueño.

Cuando Yudhishtira despertó de la embriaguez del juego y vio la tragedia que había causado, incluso la de haber sometido a la esclavitud y al vejamen a los seres que más amaba, como sus hermanos y su esposa, no tuvo más qué hacer, que llorar.  No obstante, aquí hay que aclarar algo sobre el príncipe Yudhishtira: Lloraba como hombre, no como cobarde. Era poderoso físicamente y era el rey. Sus hermanos eran incluso más poderosos físicamente que él, y todos le instaban a revelarse contra la trampa tendida y a destruir a los Kurús ese mismo día. Además, tenían amigos poderosos, reyes que les ofrecían sus ejércitos si querían iniciar la guerra en esos momentos. 

Y si Yudhishtira era poderoso físicamente, espiritualmente era muchísimas veces más poderoso, y no había en toda la tierra quien le igualara en sabiduría y rectitud. Podría decirse que Yudhishtira era un semidiós. Así que les contestó a sus hermanos y a los demás que querían la guerra, que él había perdido todo a los dados y que aceptaba, sin ningún reclamo, tanto el despojo de todo su reino, como la condena a 12 años de destierro que su primo, Duryodhana, les había decretado a los Pandavas, para él poder gobernar a sus anchas. 

Sus hermanos y su esposa y sus amigos no le entendían. Pero a la vez le entendían. No entendían por qué ante tanta humillación, dolor e infamia no reaccionaba. Pero sí lo entendían, porque desde siempre sabían que era el hombre más bueno (en el prístino sentido del adjetivo) del mundo.   

Los Pandavas vagaron por la tierra doce años vestidos con cortezas de árboles, durmiendo muchas veces a la intemperie, sufriendo frío y calor; ellos, que eran de raza real. Ellos, que eran la gente más noble que pisara el mundo, ahora la tierra los veía pasar peor que a mendigos.

Cumplido el destierro, los Pandavas fueron recuperándose poco a poco. Eran tan hábiles guerreros, tan sabios e inteligentes, que la riqueza volvió a manos llenas. Formaron un ejército tan poderoso como el de los Kurús y, además, sus amigos de otros reinos les ofrecieron sus ejércitos para atacar a Duryodhana y recuperar el reino original. Pero Yudhishtira no aceptaba la guerra. No quería la guerra. Detestaba la guerra. Mas no por cobardía, sino por nobleza: porque no quería regar la tierra con la sangre de nadie.

Entonces comenzó a enviar emisarios a su primo Duryodhana. Hizo todo el juego diplomático que debe hacerse para evitar una guerra. A pesar de que era el rey destronado injustamente y podía reclamar por las armas todo el reino, sin embargo pedía que Duryodhana le devolviera solo la mitad del reino, y entonces se daría por satisfecho. Pero su primo, hombre malo como ninguno, le mandó decir que no le devolvería ni aún la tierra que cupiera en la punta de un alfiler.

Así que, Yudhishtira, el hombre más bueno del mundo, habiendo cumplido con todos los castigos que le impusieron, habiendo vagado como mendigo todo el tiempo de su condena, habiendo agotado la vía diplomática, y ya sin que su consciencia pudiera objetarle la menor injusticia, no tuvo más remedio que aceptar la guerra. Y entonces, en el campo de Kurukshetra, empezó la guerra más horrorosa de todas. Solo duró 18 días, pero murieron más de 2 millones de soldados. El reino quedó devastado.  

Cada uno de estos días de guerra se narra detalladamente y los sucesos nos sumergen, junto con los protagonistas, en un mar de sangre y horror. Es un precipicio donde cada vez hay más y más muertos para que al final solo quede un puñado de hombres. No obstante, este espanto nos hace pensar en el espíritu, porque el dolor muerde la carne pero eleva el alma.

Después del 18 día de guerra, cuando la tierra era solo carne putrefacta y sangre y humo, quedan pocas páginas para que se cierre la epopeya. La guerra la ganaron los Pandavas. El rey del mundo era de nuevo Yudhishtira. El bien se había sobrepuesto, una vez más, sobre el mal, pero a qué costo...Y mientras, los lectores estamos sumidos en las reflexiones de vida más profundas, como todo libro sagrado induce.

Hasta aquí esta muy modesta descripción de El Mahabharata, no olvidando que fue un ejercicio parecido a decir que la pirámide de Keops es “es una de las maravillas del mundo, mole de piedras gigantes ensambladas entre sí, con una altura de 146 metros...”













Dos grandes epopeyas de la India y del Asia Sudoriental

EL MAHABHARATA Y EL RAMAYANA por Arthur L. Basham* (Extracto de un artículo publicado en la revista El Correo de la UNESCO, Diciembre de 1...